En 1985, instalado ya en una lujosa
oficina de la calle Velázquez 24, como paso previo a comprar las
del número 12, me lancé a por todas. Ello significaba continuar
trabajando con un talento como Trueba, pero también dedicarme a la
caza mayor, y la pieza más preciada en aquel momento era Carlos
Saura. Saura había desarrollado casi toda su obra al lado de Elías
Querejeta, aunque recientemente había rodado para Emiliano Piedra
la trilogía "Bodas de sangre, Carmen y El amor brujo".
Desde 1975, yo estaba obsesionado
con la idea de hacer una película sobre los fusilamientos
franquistas de septiembre de aquel año. Así que aprovechando la
salida de un libro de Pedro J. Ramírez, "El año que murió Franco",
que relataba esos hechos, encargué un guión a Manuel Gutiérrez
Aragón y Carmen Rico Godoy y pensé en Carlos Saura para llevarlo a
la pantalla. Me cité con él en La Posada de la Villa, cerca de
Cinearte, donde mezclaba "El amor brujo", y allí llegué nervioso,
con el guión dentro de un sobre. Pero nunca llegué a abrirlo,
porque Carlos me explicó en el aperitivo que, si quería hacer una
película con él, debía ser "El Dorado". Era una película muy
costosa, complicada y arriesgada, que había comenzado a desarrollar
con Querejeta, pero que ni éste ni Emiliano se atrevían a producir
por las dimesiones que podía llegar a adquirir el proyecto. Fue así
como se me ofreció la posibilidad de hacer una película con la que
no se habían aventurado los dos productores que más admiraba y de
los que más cerca me sentía.
Antes de decidirme, consulté a mi
entorno. Mis socios (Maldonado y Velasco) me apoyaron. También fue
muy positiva la reacción de gente a la que yo apreciaba
sobremanera, como Fernando Trueba. Así me decidí a producir la
película que sería recordada (injustamente a mi entender) como la
más cara, hasta entonces, del cine español.
"El Dorado" supuso una preparación
larguísima y un rodaje terriblemente complejo. Durante este primer
período puse en marcha otras películas, como "El año de las luces",
de Fernando Trueba; "El pecador impecable", basada en una novela de
Manuel Hidalgo y dirigira por Augusto Martínez Torres; "Los negros
también comen", con Rafael Azcona y Marco Ferreri, y "Remando al
viento", de Gonzalo Suárez, en la que descubrimos a dos estrellas:
Hugh Grant y Elizabeth Hurley.
De pronto me encontré rodando cinco
películas en tres continentes y pasé toda esa parte de mi vida en
aviones y aeropuertos. Pero saqué adelante esas películas con
relativo éxito, logré consolidarme como productor y pude
convertirme para los amigos en el primer productor español (piropo
que siempre me ha halagado).
Las mayores preocupaciones y
disgustos de aquellos tiempos no me los dieron las películas, sino
la incomprensión de una parte de la prensa especializada y el
Ministerio de Cultura.
Algunos periodistas llegaron a
decir que "El Dorado" era una tapadera para enviar latas de
películas llenas de droga desde Costa Rica a España. A su vez, el
Ministerio jamás me apoyó lo más mínimo y, por el contrario,
dificultaba mis propuestas, temeroso de que en cualquier momento,
dada mi relativa fragilidad económica, pudiese verse envuelto en un
escándalo.
Resultaba irónico que, también por
aquella época, algunos productores de la vieja guardia, con la
complicidad del Abc de Luis Mª. Ansón, empezaran a tildarme de
socialista y de estar apoyado por el Gobierno. La verdad era que
desde la Dirección General de Cine se me hacía la vida imposible y
baste decir, como ejemplo, que la subvención "anticipada" de "El
Dorado" no se me pagó hasta que se aseguraron de que había
terminado el rodaje de la película.
Puedo demostrar -aunque no lo hice
entonces por razones evidentes- que no era el Partido Socialista
quien me apoyaba económicamente, sino el Vaticano. Esto fue así a
través de una orden religiosa que, instalada en España, pretendió
-y consiguió- rentabilizar sus excedentes de tesorería con mayores
beneficios que los que le hubiera podido reportar la inversión en
activos financieros teóricamente más seguros. Cientos de miles de
dólares fueron traspasados a mi cuenta de forma absolutamente legal
mediante entregas de cheques para financiar la terminación de "El
Dorado" y otras películas como "Las edades de Lulú" y "Remando al
viento", mientras algunos insistían en que era Santa Engracia, y
luego Ferraz, quien me apoyaba.
Volviendo a "El Dorado", su
producción nos llevó a la costa atlántica de Costa Rica,
concretamente a Puerto Limón. Allí, en plena selva, tuvimos que
cortar árboles, serrar madera, abrir claros en la jungla a golpe de
machete para construir barcos, barcazas y decorados. Entre unas
cosas y otras, pasamos allí un año entero, hasta finalizar el
rodaje, aunque algunos como Francisco Amaro y, sobre todo, José
Luis García se quedarían unos meses como rehenes hasta liquidar
todas nuestras cuentas en Costa Rica. El estreno con los Reyes de
España y su pase en competición en el Festival de Cannes, junto a
la intimidad con técnicos y actores que supuso el rodaje, han
dejado una huella imborrable en mi memoria. Lo que más sentí por
entonces fue no poder disfrutar del éxito en el Festival de Berlín
de "El año de las luces", retenido como estaba en Costa Rica por el
rodaje.
De las otras películas en ese
período resultó curioso el trabajo con Marco Ferreri, pero ya por
entonces, y después de haber disfrutado y sufrido a Welles, los
"genios" no me divertían en exceso. Ferreri era un hombre original
y con talento, pero creo que le conocí demasiado tarde, cuando ya
sus facultades físicas e intelectuales no se encontraban en el
mejor momento.