De 1975 a 1982 la actividad
política y los acontecimientos fueron tan importantes que lo
profesional pasó a un segundo plano. Había que trabajar y ganar
dinero para cubrir las necesidades básicas, pero la fiesta, la
emoción, la pasión estaba en la calle.
Referendum, elecciones,
legalización de partidos, campañas electorales, 23-F y tantos otros
acontecimientos cambiaron España; fueron hechos de los que nos
sentimos protagonistas nuestra generación. Mi vida al lado de
Carmen Rico Godoy fue un continuo vivir en la vanguardia de la
manifestación que suponía estar en Madrid en aquella época. El
primer mitin socialista en Canillejas, con Mitterrand, Soares y
Felipe González, la presentación de la CNT en San Sebastián de los
Reyes, las fiestas del PCE en la Casa de Campo y manifestaciones de
repulsa al fascismo, el terrorismo de extrema derecha, etc.,
hicieron que nuestras vidas transcurriesen entre la alegría y la
tristeza extremas.
Profesionalmente, seguí
intensificando mi trabajo como distribuidor y produje dos películas
de las que me siento muy orgulloso: ""La viuda andaluza" y "La
verdad sobre el caso Savolta".
En esta época me relacioné mucho
con periodistas de la revista Cambio 16. Uno de ellos, Xavier
Domingo, había escrito un libro muy cómico y bestia alrededor de
"La lozana andaluza", la obra de Delicado sobre la que Vicente
Escrivá acababa de hacer una película de éxito. Inspirado en ese
libro y por encargo mío, Francisco Betriu (a quien para conocer
puse un anuncio en Fotogramas y de quien había visto su primera
película "Corazón solitario") escribió un guión delirante que
acabamos transformando en un musical con canciones especialmente
escritas para el filme por Luis Eduardo Aute. Bárbara Rey debutó
como protagonista y completó el reparto un elenco que para él lo
hubiera querido Browning en "Freaks". Vivimos y rodamos durante dos
meses en el Ritz de Barcelona y en esa época descubrí los
conciertos de La Trinca en Canet, junto con nuevos amigos, entre
los que se encontraba Maruja Torres.
Una magnífica crítica en Cambio 16
de la novela "La verdad sobre el caso Savolta" me llevó a leerla y
conocí a Eduardo Mendoza en Nueva York, donde trabajaba como
intérprete.
En ese momento, Antonio Drove
gozaba de la fama de ser un director de talento entre algunos
críticos y técnicos de cine, especialmente por el grupo conocido
como "los argüelleros". Avalaban su prestigio un excelente corto
prohibido por la dirección de la Escuela de Cine, "Caza de brujas",
y una comedia dirigida para Dibildos. Le ofrecí hacer la adaptación
y dirigir "La verdad sobre el caso Savolta". Un año de escritura
del guión, con Antonio Larreta, y un complicado montaje de
coproducción con Italia y Francia nos permitió abordar uno de los
proyectos más ambiciosos, desde el punto de vista creativo y el
ecónomico, del cine español de los setenta. Fue una película que
ojalá pudiera repetir ahora, porque entonces me venía grande como
productor. La financié con los ingresos de dos adquisiciones:
"Padre Padrone" y "Libertad sexual en Dinamarca". Para poder
producirla formé una productora, Domingo Pedret, S.A., y una
distribuidora, Cinema 3, S.A. con socios de Barcelona, entre ellos
Juan Torras, de la famosa firma Torras-Hostench.
Fue un rodaje muy accidentado, con
graves diferencias entre Pedret y Drove, que finalmente se
resolvieron. La película se estrenó y desde entonces quienes la
conocen no han cesado de alabarla. Esta película es muy probable
que marcara y condicionase el futuro de Drove como cineasta y, pese
a las diferencias divulgadas por periódicos y revistas de la época,
siempre sentí por Antonio una gran simpatía y aprecio profesional.
Cuando he tenido oportunidad, he manifestado mi interés en volver a
trabajar con él y, de hecho, años después estuvo contratado como
coguionista para la adaptación de "El embrujo de Shanghai", que
comenzó a escribir junto a Víctor Erice.
Mi relación con Diego Santillán, la
apertura de la censura en España y los éxitos comerciales con
películas eróticas importadas del extranjero, me animó a producir
"Silvia ama a Raquel", una historia de dos lesbianas. Una de las
protagonistas fue Violeta Cela, que volvería a trabajar conmigo en
"El año de las luces" y que en los años 90 saltó a la fama como
promotora de los teléfonos erótivos. Para completar una década de
despropósitos productores y "enredado" por malas compañías, produje
un engendro, estúpido e inmaterial, titulado "Cocaína". Era un
tributo al fotógrafo Julio Wizuete, cuya mujer había muerto en un
accidente de coche conmigo en el Km. 301 de la carretera
Madrid-Andalucía. No recuerdo haber visto nunca la película, que
nuca me interesó y que todavía no me explico cómo pude hacer.
Siempre he creído que un productor
o director no debe relacionarse ni ser amigo de los críticos de
cine. Es la única manera de mitigar tus enfados con ellos, no
condicionarles su trabajo y evitar peleas amiguetiles, que diría
Santiago Segura. Mi caso con Miguel Rubio era diferente. Los dos
vivíamos muy cerca y éramos forofos del Real Madrid; además, Miguel
era socialista y nos teníamos mucha simpatía. Un día Miguel recibió
una llamada de Ramón Mendoza, por entonces un famoso empresario,
rico y que había sido denunciado por Cambio 16 como colaborador y
encubridor de espías rusos. Mendoza tenía interés en conocer a los
líderes socialistas que eran oposición al Gobierno de UCD y además
quería ser presidente del Real Madrid. Pensó que Miguel podía
ayudarle en las dos cosas. Para comprar su colaboración, le ofreció
entrar en negocios con él. Miguel me consultó y me pidió ayuda para
ofrecer a Mendoza algo con lo que beneficiarnos. Sugerí a Miguel
proponerle que nos financiara la compra de películas extranjeras.
Pronto formamos una nueva empresa, Intercine, a la que Mendoza
incorporó a José Luis Ballvé, dueño de Campofrío, y nos habilitó un
espacio en sus oficinas de la Avda. del Generalísimo, compartiendo
espacio con los hijos de Carrillo, Azcárate y Jorge Lacasa, todos
ellos "niños rusos".
Pero en poco tiempo Mendoza empezó
a sospechar, con razón, que Miguel y yo éramos poco más que unos
insignificantes simpatizantes del PSOE y poco le íbamos a aportar.
Nuestra relación se enfrió y el romance comercial murió a los pocos
meses. Sirvió para que yo pudiera comprar para España "Cristo se
paró en Éboli", de Francesco Rosi, y un par de títulos más de poca
relevancia. También pude pagar deudas de "Corridas de alegría",
"Silvia ama a Raquel" y "Cocaína", mis últimas producciones. Pero
de un despacho en la Castellana tuve que volver a la relidad y a la
minúscula oficina que tenía en la calle Trujillo 7, a pocos metros
de Sol. Mendoza acabaría siendo un grandísimo presidente del Real
Madrid, que me invitó a su palco cuando en 1994 ganamos el Oscar
con "Belle époque".
"Corridas de alegría" -un título
inspirado en la película japonesa de Oshima "Ai no corrida" (El
imperio de los sentidos)-, fue un intento de hacer un road movie en
línea con los que el cine americano de los 70 había puesto de moda.
Gonzalo García Pelayo, el director y coguionista, había entrado en
contacto conmigo con su película "Frente al mar", que yo retitulé
"Intercambio de parejas frente al mar" y con la que conseguimos un
moderado éxito. Gonzalo es un personaje muy peculiar: bohemio y a
la vez tremendamente realista, sevillano fundamentalista, artista y
soñador sin perder el sentido práctico, padre de decenas de hijos
de múltiples señoras. Tipo polifacético, gran productor de música
andaluza, fue el responsable de grandes éxitos de María Jiménez,
Lole y Manuel y otros.
"Corridas de alegría" se rodó por
todo el Sur, siguiendo el viaje de sus protagonistas, que van de
Sevilla a Cádiz, pasando por la serranía de Ronda y Grazalema. La
película era una exaltación del espíritu libre andaluz, de su
gracia y miseria, un retrato de la España predemocrática, donde
todavía los elementos franquistas -aunque devaluados- seguían
existiendo. Fue una película que pasó desapercibida para el público
por su deficiente distribución y raquítico lanzamiento
-responsabilidad absolutamente mía- pero que gente como José Luis
Guarner, el mejor crítico de los últimos 50 años, ha considerado
una pequeña obra maestra.
Los años 1981 y 1982 los viví
soñando con la victoria del Partido Socialista en las elecciones
generales. Cuando se produjo, y pasada la resaca de la celebración,
me planteé intensificiar mi trabajo como productor y no conformarme
con ganarme la vida como distribuidor. Mantenía por esos tiempos mi
oficina en la calle Trujillo 7, donde era vecino del distinguido
distribuidor José Esteban Alenda, y contaba con un pequeño grupo de
colaboradores, entre ellos José Luis García y Juan Campos, que
todavía siguen siendo dos personas muy próximas a mí. Obtuvimos
grandes éxitos como distribuidores, el más notable con "El último
emperador", y conseguimos consolidar una cadena de distribución en
base a nuestros agentes reginales quienes, por ser nosostros sus
mejores proveedores, respondieron con interés y voluntad de
colaborar a todas nuestras propuestas. Me adelantaban cantidades
importantes de dinero con letras de cambio, que me convirtieron en
un experto en el arte del descuento y financiación bancaria y a la
vez me proporcionaron esa capacidad de mantener un ritmo de
producción regular con el que soñaba desde hacía tanto tiempo.
Con casi 40 años y 20 de
experiencia cinematográfica, me entraron las prisas por convertirme
en un gran productor. Mi instinto me aconsejó hacer películas muy
comerciales, que me permitieran obtener beneficios claros y no
tener que depender de mi faceta de distribuidor. Y hablar de cine
comercial en aquella época era hablar de un hombre: Mariano Ozores,
campeón absoluto de taquilla. Le convencí para hacer dos películas
conmigo, "Los caraduros" y "El pan debajo del brazo". La primera la
firmó su hermano Antonio, aunque la dirigió Mariano, porque éste
tenía un contrato exclusivo con Ízaro Films, que le aseguraba
cuatro películas al año. A Mariano le sobraba tiempo y, por ello,
se alió conmigo. Pero pronto mis ideas sobre la producción chocaron
con las de Ozores. Le insistí en cosas básicas, como que rodara con
sonido directo, que los actores se aprendiesen el diálogo, que
dejara de repetir constantemente sus repartos y algunas otras
pequeñas cosas que a mí me parecían esenciales. Mi relación con
Mariano fue excelente, pero desgraciadamente mis aportaciones
"creativas" eran perjudiciales para la comercialización del tipo de
cine que Mariano creaba y las dos películas tuvieron un más que
discreto resultado. Quizás recurrí a Ozores demasiado tarde, porque
es verdad que desde entonces no ha tenido éxitos de taquilla
relevantes.
Silmultáneamente a la aventura
Ozores, mi relación con Harry Alan Towers propició la coproducción
de una serie de películas para el canal de televisión americano
Playboy. España era un país donde se podía rodar barato y
contábamos con 400.000 dólares por película, que nos daba la casa
americana. Con un director francés, Claude Mulot, y uno español,
Paco Lara Polop, rodamos "La venus negra" y "Christina", a la que
con posterioridad retitulamos "Christina y la reconversión
sexual", inspirados en la reconversión industrial que ese año
impulsó el Ministro de Economía Carlos Solchaga.