Un sueño loco

Durante los años sesenta se rodaron muchas películas extranjeras en España. Samuel Bronston había puesto de moda nuestro país y un sinfín de técnicos, actores , directores de segundas unidades, por lo general no muy exitosos en los Estados Unidos, encontraban una calidad de vida en Madrid muy superior a la que ellos podían llevar en su país de origen. Chamartín, y especialmente el barrio llamado "Corea" (en la parte de arriba de Dr. Fleming), se encontraba repleto de estos personajes. Bruce Yorke, un australiano al que había conocido en Londres, me presentó a Gilbert Kay, director de segunda unidad de algunas de las películas que se habían rodado aquí. Kay andaba buscando un productor y me dio un guión llamado "White Comanche". Las películas del Oeste habían vuelto a hacerse muy populares en el mundo gracias a la renovación que para el género supusieron las rodadas, a muy bajo coste, en España. Aprovecho para recordar que la primera película del Oeste filmada en Europa fue "Tierra Brutal" (Brutal Land, 1961), producida por los hermanos Carreras -dueños de la Hammer- y coproducida en España por José G. Maesso. No fueron, como se piensa, los italianos los creadores de esta moda. Para producir "Comanche blanco", Augusto Boué constituyó una nueva productora familiar -Producciones Cinematográficas A.B., Sociedad Anónima-, con su mujer y cuñados como accionistas. Yo, por mi parte, constituí Baton Films, S.A. y me instalé en uno de los tres despachos de las oficinas del abogado Alvaro Núñez M. Maturana en Argüelles, calle Francisco de Ricci, 13. Los otros dos despachos los ocupaban Alvaro y un joven abogado, recién licenciado, José Luis Sanz Arribas, por entonces soltero, aunque por poco tiempo, ya que salía con Filín, su mujer hasta hoy.

Probablemente uno de los primeros trabajos de José Luis fue constituir Baton Films y, desde entonces, él me ha sacado de los muchos líos en los que me he visto envuelto en casi 40 años de nuestra vida profesional. Si algún día se valoran fidelidades, dificilmente se encontrará otra como la que nos hemos profesado nosotros. En la cuenta que mantenemos, el saldo está muy a favor suyo. Su apoyo y ayuda durante estos años ha sido muy grande y el afecto y cariño fraternal que nos profesamos va más allá de la amistad o relación cliente-abogado.

Por supuesto, "Comanche blanco" sería una coproducción de Producciones Cinematográficas A.B. y Baton Films. Los recursos de A.B. se cifraban aproximadamente en un millón de pesetas y los de Baton Films en doscientas mil. Tanto Augusto como yo aportábamos nuestro trabajo y, al ser yo el único que hablaba inglés, actué como productor ejecutivo.

COMANCHE BLANCO

La película tenía un presupuesto estimado de ocho millones de pesetas, más los sueldos del guionista y codirector, Gilbert Kay, y los de los actores, William Shatner y Joseph Cotten, que nos eran aportados por una productora americana con base en Londres. Ellos, a su vez, recibían fondos de Westinghouse, propietaria de emisoras locales de televisión en Estados Unidos. La película fue codirigida por Gilbert Kay y el epañol José Briz.

Baton Films y A.B., a través de un contable, Julián Buedo, contactaron con Benito Aflalo, un sefardí dueño de máquinas de "pinball", con ciertos recursos económicos y contactos entre empresarios de la comunidad judía madrileña. Y así, con el dinero de Benito Aflalo y las aportaciones americanas, comenzamos a rodar la película en un poblado del oeste construido en Colmenar Viejo, en las afueras de Madrid.

Durante el rodaje estalló el conflicto árabe-israelí, la llamada Guerra de los 6 días. Tuvimos problemas económicos, creativos, sindicales y de todo tipo, en los que me vi envuelto y que fui resolviendo, pese a mi impericia y una cierta prepotencia juvenil. Recuerdo con añoranza esos días, pero también con cierta vergüenza: no fui lo suficientemente respetuoso con algunas excelentes personas que me rodearon y que, con su experiencia tenían mucho que enseñarme.

LAS PRIMERAS PRODUCCIONES - COMANCHE BLANCO

El film fue vendido, gracias a los contactos judíos de Aflalo, en gran parte de Europa, con lo que él recuperó su inversión. Augusto y yo, por el contrario, no supimos comercializar adecuadamente la película en España y perdimos nuestra inversión. La suya consistía sobre todo en el dinero de su familia, especialmente el aportado por el crítico Luis Gómez Mesa, y yo perdí mi trabajo y quedé endeudado con algunos proveedores. Con el tiempo, el negativo sería sacado a subasta pública, instada por el laboratorio depositario del mismo. Por poco dinero hubiera podido muchas veces recuperarlo pero sinceramente, y esto es aplicable a otros negativos, no siento la necesidad de poseer los derechos para sentirme productor de las películas que he hecho.

Visto el poco éxito de mi debut como productor, y muy concienciado en aquellos tiempos por la miseria del mundo, inicié la preparación de un largometraje documental con la pretensión de estrenarlo en salas, junto con José Briz, con quien había intimado y al que había prometido producirle una película por lo mucho que me ayudó en "Comanche blanco". Titulamos provisionalmente el proyecto "El hambre en el mundo" y contactamos a través de un tío de Briz, Manuel Méndez, con la dirección de UNICEF en París, de quienes obtuvimos el patrocinio. Nuestra intención era denunciar el hambre que sufrían gran cantidad de habitantes de los países en desarrollo. Conseguimos que UNICEF nos introdujese en todos los países que pretendíamos visitar y comenzamos rodando en Uganda. Viajamos de Kampala, la capital, hasta Karamoya (casi al sur de Sudán) y allí nos topamos con un hambre cruel, aunque exenta de la miseria urbana que encontraríamos más adelante. Volvimos a España a los tres meses muy impresionados. Por imágenes que veo en televisión, 35 años más tarde la situación allí es peor y la guerra, casi secreta, que Uganda mantiene desde entonces con Sudán sigue siendo ignorada por el mundo civilizado. 

Curiosamente, la película estaba financiada en su totalidad por el dueño del Club Melodías, en la calle Desengaño, un personaje que se dedicaba a la pequeña especulación inmobiliaria y negocios alrededor de la prostitución. Nos dio los cuatro o cinco millones que nos costó la película a cambio de llevarnos a su hijo, un joven de 20 años, ya muy aficionado a relacionarse con los policías y delincuentes que frecuentaban su club, con la esperanza de que le iniciáramos en nuestra profesión e hiciésemos de él un hombre de bien.

Nuestro segundo viaje fue a Perú. Recorrimos los Andes hasta llegar al lago Titicaca, en la frontera con Bolivia, donde había un terrible poblado al que se conocía como "el pequeño Londres" por las multitudes que allí habitaban. Nos impresionó su miseria extrema, sus inmensos poblados de chabolas con familias hacinadas entre aguas malolientes y niños enfermos conviviendo con ancianos moribundos. Junto a todo esto, el Machupichu, el Altiplano, las llamas y el folklore indígena nos permitieron observar un mundo lleno de contrastes.

Nuestro tercer viaje fue a Pakistán y la India; recorrimos Calcuta, Benarés, Karachi, Islamabad y el Himalaya durante tres meses más. Miles de metros filmados por un equipo de cinco personas: dos cámaras, sonido, dirección y producción. Visitamos campos de leprosos, nos bañamos en el Ganges y, al final, obtuvimos un film que presentamos a la UNICEF en el edificio de la ONU en Nueva York. Pero la película fue rechazada totalmente, con la excusa de que heriría la sensibilidad de los gobiernos de los países que habíamos visitado. Según nuestro acuerdo con el Organismo Internacional, debíamos rodar una presentación con Robert Kennedy, pero éste fue asesinado antes de poder hacerlo y la película nunca se ha exhibido públicamente. Recientemente visioné un copión montado y la única utilidad que vi en ella es la de poder demostrar que esos países están hoy peor que hace 35 años. Es verdad lo que entonces vaticinaba Fromm: la diferencia entre ricos y pobres será cada vez mayor. Durante el rodaje de "El hambre en el mundo" coincidimos con Louis Malle, que rodaba "Calcuta" -que sí se estrenaría- en el Centro de Asistencia que regentaba la Madre Teresa.

A mi vuelta de la India, casado y con dos niños de dos y tres años, decidí retirarme del cine. Para ganarme la vida me uní a un empleado del Banco Coca, soñador y muy emprendedor, que pretendía hacer grandes negocios internacionales. Esta persona era Manuel Michelena, originario de Bilbao, que tenía ciertos contactos importantes, entre ellos con el empresario José Lipperhide, años después secuestrado por ETA, y un "trader" palestino, entre otros. También en esta ocasión, mi única aportación e interés era que hablaba idiomas. Intentamos vender cemento rumano a Argentina y petróleo argelino a los alemanes. Estas grandes operaciones, que resultarían fallidas, me llevaron a Beirut y Argel. Conocí a sultanes del Golfo Pérsico y guerrilleros de Al-Fatah. Todo muy emocionante, especialmente en el recuerdo, pero por aquel entonces me pareció una inutilidad y comencé a dudar de que alguna vez pudiéramos sacar algo tangible de los negocios hispano-árabes.

Pasados unos meses de frustraciones, Manolo Michelena me presentó a Elías Querejeta, al que conocía por ser éste cliente del banco donde él continuaba trabajando. Elías me devolvió el interés por el cine y me dio trabajo en su productora como vendedor de sus películas al extranjero. Por entonces, Elías acababa de terminar "La madriguera", de Carlos Saura, rodada en inglés con Geraldine Chaplin y Per Oscarsson, y estaba buscando a alguien dinámico, que hablara idiomas, para comercializarla fuera de España.

Esto sucedió entre 1969 y 1970. Elías en aquella época era un productor arriesgado, inventor de una nueva estética cercana al cine de calidad europeo -más al escandinavo que al italiano-, y también un hombre progresista, que inquietaba a todo el mundo a su alrededor por imaginársele unas posiciones radicales "de izquierdas". Pese a no haber mantenido una gran relación personal con él, Elías me descubrió un mundo profesional nuevo y fascinante y, durante mucho tiempo, ha sido una referencia para mí. Él me descubrió que producir también era un acto inmensamente creativo y conocí las nuevas corrientes estéticas e ideológicas del cine de aquellos años pre-democráticos. Aunque respeto y quiero a algunos de los productores que he conocido, es sin duda a Elías Querejeta al que profeso una mayor admiración, pese a que siendo jugador de la Real consiguio marcarle un gol a mi Real Madrid.

Los aproximadamente dos años que trabajé para Elías me llevaron a continuar mis constantes viajes a Festivales y mercados en ciudades de todo el mundo. Mi gestión resultó eficaz y conseguí que la mayoría de sus películas se vendiesen allí donde ello resultaba posible. Pero mi inquietud seguía siendo la de producir y pretendí hacerlo desde la propia productora de Elías, con su protección y paraguas. Simultáneamente con mis trabajos de vendedor, procuraba desarrollar proyectos y establecer contactos para iniciar películas como productor. A regañadientes, Elías me permitió coproducir "Belleza negra" y "Diábolica malicia", que serían mis primeras colaboraciones con el inglés Harry Alan Towers, hoy un mítico productor de películas "B", con el que Nick Wentworth estaba trabajando de montador. Elías me propuso comprar una marca -Eguiluz Films- para diferenciar estos "negocios medio sucios" de las coproducciones de las películas españolas cercanas al Arte y Ensayo que llevaba él personalmente. Nuestra participación en los beneficios era de un 75% para Elías y un 25% para mí. Entre comisiones por ventas al extranjero y los beneficios de estos "negocios" de coproducción (en los que la película era lo de menos), gané tanto dinero en esa época que algunas de las personas íntimas de Elías no me lo perdonaron, creándome una situación muy incomoda que me llevó a continuar en solitario. Pero los negocios que había empezado bajo el paraguas de Querejeta habían sido tantos y tan variados que, cuando me fui de su productora, contaba con una notable cantidad de dinero en metálico, la productora Eguiluz Films y el catálogo completo de las películas de RKO (600 cortometrajes y 750 largometrajes).

De Elías guardo el recuerdo de momentos muy felices. Cuando trabajé para él, sentí un tremendo cariño por todo su entorno y nuestra complicidad fue total. Creo que él confió sinceramente en mí, hasta el punto de encomendarme a su hija Gracia, que por entonces tenía seis o siete años, a quien llevaba y traía de Inglaterra, a donde la enviaban al colegio, y que en esos viajes dormía conmigo en Londres.

DIÁBOLICA MALICIA.

Los datos de "Diabólica malicia" y "Belleza negra" están reseñados en mi filmografía y no tienen grandes cosas a destacar, salvo que en ellas conocí e intimé con Luis Cuadrado y Teo Escamilla, dos de los más grandes operadores de fotografía que ha habido en este país, hoy tristemente desaparecidos, y con los que tuve el placer de continuar trabajando.

Pero "Belleza negra" y "Diábolica malicia", cuya producción física asumí casi en exclusividad, me ofrecieron la oportunidad de adquirir una experiencia notable y sobre todo demostrar que podía gobernar situaciones difíciles con actores internacionales, coproducciones de diferentes países y directores extranjeros. Harry Alan Towers, un hombre muy activo con varias películas en diferentes continentes y una especial animadversión hacia los rodajes y sus problemas, me traspasó toda la responsabilidad de llevar a buen término "La isla del tesoro", una coproducción hispano-italo-germano-franco-inglesa, hecha para un distribuidor norteamericano. Era imposible incluir más compañías y países dentro de una misma película y la confusión era notable. A efectos ingleses y americanos, la película estaba dirigida por un inglés, John Hough, mientras que para el resto de los países europeos (o sea, para las autoridades cinematográficas de los respectivos Ministerios), lo estaba por el italiano Andrea Bianchi (también conocido como Andrew White). El guión lo firmaban españoles, italianos y franceses, cuando lo había escrito originalmente Harry, con su "nom de plume" Peter Welbeck. El personaje de "Long" John Silver lo debía interpretar Yul Brynner, pero problemas de presupuesto nos llevaron a contratar a Orson Welles. Los franceses estaban representados en el reparto por Jean Lefebvre, los italianos por Rick Battaglia, los alemanes por el austríaco Walter Slezak y los españoles por Ángel del Pozo, un galán de entonces, hoy amigo y eficaz ejecutivo de Telecinco.

 

CARTEL "LA ISLA DEL TESORO"