Fué así como en noviembre de 1960
recibí la famosa carta de Niels Larsen y tardé muy poco tiempo en
preparar mis escasas maletas y volver a Madrid. Había quedado con
mi ex jefe en los Estudios Ballesteros, que por aquella época
estaban en la calle García de Paredes, y cuando entré en ellos me
di cuenta de que había descubierto el mundo en el que quería pasar
el resto de mi vida. Aquél fue mi primer contacto con la producción
y desde entonces ni se me ha ocurrido cambiar de oficio.
Ese día estaban rodando unas
pruebas de luz y maquillaje a dos actrices: Silvia Solar -una
espectacular rubia- y Elisa Montes, famosa por estar casada con
Antonio Ozores y ser hermana de Emma Penella y Terele Pávez. Las
pruebas las dirigía Niels Larsen y el fotógrafo era Michel Kelber.
El protagonista de la película era Eddie Constantine, estrella
francesa, nacido en USA y muy popular por protagonizar una serie de
largometrajes sobre un detective peleón. Recuerdo que me hice muy
amigo de su maquilladora personal, a quien le intrigaba que me
hubiese traído de Inglaterra una novia finlandesa (Tarja, que luego
sería mi mujer) y constantemente me preguntaba, curiosa y un poco
celosa, si la noche anterior avez-vous fait de lésquí?.
El guión de "Tela de araña" lo
había escrito Niels Larsen con la ayuda de Gudie Lawaetz y en el
plató teníamos tres directores: el propio Larsen, José Luis Monter,
que lo era a efectos del Sindicato Nacional del Espectáculo, y Guy
Lefranc, un director-delegado que había enviado el coproductor
francés. Ese tipo de "arreglos" era muy común por aquellos días y
la gente se avenía, más o menos bien, a trabajar en aquellas
condiciones.
Durante este rodaje me hice muy
amigo de Augusto Boué, el jefe de producción, y me convertí en su
ayudante favorito. Su confianza fue decisiva para mi futuro, ya que
me abrió las puertas, tan dificiles de cruzar, del mundo del cine
profesional. Nuestra relación fue además de un cariño y una amistad
muy estrechas, más de padre-hijo que de jefe-empleado.
Al final de un rodaje con muchos
problemas, falta de dinero y enfrentamientos entre directores,
productores y estrellas, me quedé con dos experiencias positivas.
La primera, que creía que había aprendido todo lo que se puede
saber sobre el cine por dentro. La segunda, conocer a Michel Kelber
y a Julián Buraya. Buraya era el primer ayudante de Boué y reunía
varias facetas dificilmente compatibles: era falangista, bebedor,
ex-combatiente en la División Azul y homosexual. Con el tiempo
sería jefe de producción de algunas de las películas que hice.
Cuando terminó el rodaje de "Tela
de Araña", Boué me recomendó al director de producción Eduardo
García Morato, quien preparaba una película independiente americana
que se iba a rodar íntegramente en España. Dirigida por George
Sherman, se llamaba "Más cornadas da el hambre". La producía Saul
Swimmer y la coproducían Stan Torchia, Mark Damon y Brud Talbot,
estos dos también protagonistas, junto con tony Anthony y Luciana
Paluzzi. "Más cornadas da el hambre" no se acabó de rodar por falta
de dinero, pese a que Talbot era novio de la hija del millonario
americano Dupont, quien financiaba la película. Durante el rodaje,
varios equipos de producción fueron despedidos o dimitieron y acabé
siendo la persona de confianza de estos jóvenes productores. La
mayoría acabaron triunfando, o al menos ganándose la vida en el
cine, y con varios de ellos coincidí en el futuro.
Mi antiguo jefe, Niels Larsen,
seguía viviendo en Madrid, aunque ya preparaba su vuelta a los
Estados Unidos. Requirió mi asistencia para ayudarle en el rodaje
de una pelicula industrial para una fábrica de tejidos alemana. Se
rodaba en Ibiza y en ella trabajaban las cinco modelos mejor
pagadas de Europa en aquellos momentos. Por unos días conviví en el
Hotel Corsario con estas cinco bellezas, además de Herbert Vesely,
el director, el propio Larsen y un equipo reducido de técnicos. Una
de las modelos, Nico, famosa en España por ser la chica del Cognac
Terry y que acabaría siendo la chica Warhol e integrante de la
Velvet Underground de Lou Reed, se sintió atraída por mí y, con
gran disgusto de mis mayores, conseguí escaparme con ella a París y
Londres. Breve y superficialmente conocí lo que entonces era la
jet-set del eje Londres-París y me convertí por unas semanas en
habitual de La Coupole y L´Hôtel, en París, y La Casserole y
Tramp´s, en Londres. Los míticos David Bailey (fotógrafo) y George
Harrison (Beatle) eran compañía ocasional, pero pronto tuve que
renunciar a esa vida, porque mis recursos económicos no lo
permitían. Nico quedó para siempre como un sueño hecho realidad. No
está mal compartir chica con Alain Delon, Mick Jagger y Andy
Warhol, entre, me imagino, muchos otros. La última vez que la vi
fue en un pequeño bar de Cannes. Muy deteriorada fisicamente,
malvivía recorriendo los escenarios europeos cantando canciones de
Lou Reed.
Nunca perdí el contacto con Augusto
y Juanita, la gente de la oficina de Niels Larsen. Los tres
salíamos juntos, íbamos a bailar, a merendar. Juanita y Augusto
tenían que volver a sus casas antes de las diez, ella porque así lo
exigían las costumbres de la época y Augusto porque vivía con su
mujer, Consuelo, y la hermana de ésta, Pilar, casada con el crítico
de cine Luis Gómez Mesa. También fue Augusto quien me recomendó en
Ocean Films, una productora recién formada por Jaime Comas y Alvaro
Núñez M. Maturana, abogado. Jaime a su vez tenía un primo, Pepe
Subirana, que se había enriquecido vendiendo cemento en Tarrasa
después de la famosa riada de 1962, y con ese dinero, adelantos de
distribución, aportaciones de coproductores extranjeros y alguna
operación de colusión ("peloteo") en Bancos, lograron poner en
marcha "Los parias de la gloria" y "Sandokan". En Ocean necesitaban
un chico despierto y de confianza a quien enviar como pagador de
rodaje a Barcelona.
El nuevo trabajo comenzó con un viaje a Barcelona
en un Seat 1400 que nos llevó a Tarja -por aquellos días de
vacaciones en España- y a mí, en los asientos traseros, y a un
sargento de la guardia Civil que custodiaba las armas que para "Los
parias de la gloria" llevábamos de Madrid. Llegamos muy entrada la
noche a la Residencia Abrevadero, donde me hospedé los siguientes
seis meses. Mi vida en Barcelona durante los rodajes de "Los parias
de la gloria" y "Sandokan" discurrió en un ambiente muy pacífico.
El trabajo resultó muy formativo, y consistía básicamente en pagar
a diario a la figuración y una vez por semana los sueldos y dietas
de los miembros de equipo. También estaba incluido entre mis
obligaciones un viaje semanal a Tarrasa a "recoger" dinero del Sr.
Subirana. De esa época recuerdo mis primeros encuentros con Steve
Reeves ("Sandokan"), Maurice Ronet y Curd Jurgens. Mi vida se
completaba con visitas al bar de alterne "La Cuadra" y al Hotel
Autohogar del Paralelo, donde se hospedaban putas, contrabandistas
de whisky y equipos técnicos de películas de Madrid. Durante estas
producciones intimé bastante con el director de fotografía de "Los
parias de la gloria", Federico Larraya, y con el jefe de promoción,
Jorge Fiestas, futuro dueño y fundador, junto con Adolfo
Marsillach, del famoso bar Oliver de Madrid.
A mi vuelta a Madrid fui muy bien
recibido por mis jefes, Jaime y Alvaro, éste último famoso por ser
entonces el acusador privado de Jarabo, un popular asesino sobre el
cual Juan Antonio Bardem acabó haciendo una película para TVE.
Ocean me ofreció un trabajo estable y un despacho para mí solo en
las oficinas de Castellana 66 y así me convertí en "administrador".
"El espontáneo" y "Por un puñado de dólares" fueron las siguientes
películas, tercera y cuarta, de Ocean y, por desgracia, las últimas
de la compañía. "El espontáneo" fue la segunda de Jorge Grau. De
ella recuerdo con cariño a Jorge, a Fernando Arribas, por entonces
el más joven de los directores de fotografía, y al decorador,
diseñador de vestuario y actor Miguel Narros. Me impresionó mucho
una secuencia rodada, "de verdad", en la Plaza de Toros de Murcia,
donde un novillero "doble de acción", Curro Ortuño, acabó en el
hospital.
Pero la película que acabó con la
compañía fue "Por un puñado de dólares", de Sergio Leone, con la
ayuda de los coproductores italianos, los famosos Giorgio Pappi y
Arrigo Colombo. La preparación fue larguísima, toda ella sufragada
por los españoles, y el rodaje, muy accidentado, acabó por rematar
las frágiles arcas de Ocean. El protagonista debía ser Henry Fonda,
quien falló en el último momento, y luego se barajaron los nombres
de todos los actores de la famosa "La gran evasión" (The Great
Escape), como Charles Bronson, James Coburn, Henry Silva, etc.
Finalmente y por unos ridículos (aun para aquella época) 15.000
dólares se contrató al coprotagonista de la serie Rawhide, un tal
Clint Eastwood. Recuerdo que me tocó a mí recogerle en Barajas,
entonces un aeropuerto minúsculo y provinciano, y llevarlo a los
apartamentos Torre de Madrid, donde le entregué sus primeras
dietas: siete días a 1.500 pesetas cada uno; total 10.500
pesetas.
Por supuesto, ser el administrador
del dinero te daba en aquella época una importancia especial (sigue
siendo así) y casi todo el mundo te trataba con interés y simpatía
más o menos sinceros. En aquel tiempo y desde aquella posición hice
muchos amigos. Algunos me pedían que cuidara de las novias durante
sus ausencias y otros, como unos gitanos que habían hecho de
mejicanos en "Por un puñado de dólares", decidieron no separarse de
mí ni de día ni de noche hasta cobrar las sesiones que les
debíamos. Acabamos todos en la comisaría de Tetuán.
Problemas de producción (o sea,
falta de dinero), tres o cuatro semanas de rodaje de más y muchos
gastos no previstos llevaron a la productora a la suspensión de
pagos primero y a la quiebra después. Antes de esto, durante una
visita a mi novia en Finlandia, yo había sufrido un grave accidente
de coche y acabé en el hospital el mismo día que mataban al
presidente Kennedy. Nueve meses con la pierna derecha escayolada,
con una doble fractura abierta de tibia y peroné, me reportaron una
indemnización generosa de la compañía de seguros de Helsinki. Todo
este dinero y parte de mis sueldos fue a pagar deudas del rodaje de
"Por un puñado de dólares". Mis jefes reconocieron mi lealtad y
dedicación haciéndome el acreedor número uno de la compañía y,
cuando la película fue subastada en un Juzgado de Madrid, yo cobré
de la familia Reyzábal -que fueron quienes se adjudicaron la
película- las 562.000 pesetas que se me adeudaban. Con este dinero
y el proyecto "Joaquín Murrieta", que se había desarrollado en
Ocean, comenzó una nueva etapa de mi vida.
George Sherman, el director de la
inacabada "Más cornadas da el hambre", se quedó en España
contratado por Manolo Goyanes para dirigir a Marisol en "La Nueva
Cenicienta". Stan Torchia, que también se quedó, y yo desarrollamos
"Joaquín Murrieta", que en principio debía producir Ocean. con el
cierre de esta productora recuperé el guión y llevamos el proyecto
a Impala, la nueva empresa que dirigía José Antonio Sainz de
Vicuña. allí me volví a encontrar con Augusto Boué, quien estaba
contratado por ellos como director de producción. Mi participación
en esta película fue muy indefinida, aunque asistí al rodaje
diariamente. durante el rodaje me hice muy amigo de Arthur Kennedy
y su esposa, con quienes recorrí gran parte de España.
Al final de "Murrieta" tuve que
hacer el servicio militar. Tres meses en el campamento de Colmenar
Viejo y otros nueve o diez en las dependencias del Alto Estado
Mayor de la calle Vitrubio que pasaron con mayor pena que gloria.
Por aquel entonces ya tenía claro que deseaba producir películas y,
dadas mis anteriores experiencias y las relaciones que había hecho
hasta el momento, sentía que mi campo de acción era no sólo España,
que imaginaba pequeña, sino el mundo. Llevaba varios años de lector
regular de Variety, Hollywood Reporter y Cahiers du cinéma, además
de Fotogramas y Cine 7 días, entonces revistas semanales. Mi Biblia
era The Motion Picture Almanac, una guía de la gente de cine que
todavía se edita anualmente, y mi pasatiempo favorito era observar
qué nuevos nombres se iban incorporando año tras año. Soñaba que un
día el mío también aparecería allí.
Después de aproximadamente cinco
años, el cine me había permitido conocer a muchas personas, aunque
la mayoría eran extranjeras o expatriadas en España. Uno de ellos,
Nicholas Wentworth, era un muchacho de mi edad que se presentó en
mi casa, con una recomendación de Bruce York, el día en el que yo
me marchaba a la mili. Quería trabajar en el cine en España, porque
en Inglaterra, su país, los sindicatos cerraban el paso a todo el
que se quisiera incorporar. Recuerdo a Nick subido en la parte
superior de un autobús de dos pisos en el que íbamos de
Carabanchel a Atocha. Durante el trayecto, cuyo final era el
Gobierno Militar, le ofrecí que se quedara en mi casa, junto a mis
padres, mi abuela y mis dos hermanas y con la promesa de
recomendarle a algún jefe de producción de los que yo conocía. Nick
quería trabajar "en lo que fuera", aunque su esperanza era poder
hacer de extra en alguna película. El problema era que no hablaba
español, así que le recomendé que se dedicara al montaje, donde se
podía iniciar dando vueltas a los rollos sin tener que entablar
grandes conversaciones. Manuel Pérez -un jefe de producción y
posteriormente activo productor de películas como las primeras de
Raphael, Julio Iglesias, Ana Belén- consiguió meter a Nick en el
montaje de "Campanadas a medianoche", de Orson Welles. Tres años
después, Nick montaría "Comanche blanco", mi primera película como
productor, y desde entonces ha hecho una larga carrera por Italia,
Estados Unidos y ahora España. Es y será un intermitente
colaborador y siempre uno de mis mejores amigos.
A los 21 años me consideraba un
veterano de la producción. Mi relación con Augusto fue tan intensa
e íntima, tanto en lo profesional como en lo personal, que me
sentía en posesión de todos los conocimientos y experiencias que él
tenía. Los Boué eran una de las familias de cine más conocidas de
la posguerra. el padre, don Augusto Boué Alarcón, fue productor y
propietario de los Estudios Augustus Films, en el callejón de la
Alhambra, muy cerca de la calle Libertad, en Madrid. Carlos, su
hijo, fue un director de producción popularísimo en Barcelona, que
llegó a trabajar conmigo en "La verdad sobre el caso Savolta". Así
estaban las cosas cuando en 1966 llamó a nuestras puertas la
familia Salkind. Michael y Alexander Salkind (padre e hijo) eran
productores, entre otras películas, de "Austerlitz", de Abel Gance,
y "El proceso", de Orson Welles. Eran judíos de origen ruso,
residentes en París desde principios de siglo, aunque habían pasado
la Guerra Mundial en México. Por aquel entonces, eran dos célebres
representantes de la producción independiente mundial.
En la familia, además de Michael y
Alex, las mujeres tenían mucha influencia. Así, la señora Salkind
(mujer de Michael) y Berta, esposa de Alex, eran miembros activos,
con voz y con voto, en la incansable actividad de sus respectivos
cónyuges. También estaba incluido en el clan Ilya, hijo de Alex y
nieto de Michael, que por aquel entonces contaba con unos 16 ó 17
años.
Los Salkind habían desembarcado en
España para la producción de "Cervantes" (Vincent Sherman, 1966).
Augusto Boué convenció a don Miguel, como se le llamaba aquí, para
que pidiese a amigos judíos afincados en España que intercedieran
por mí y me liberasen del servicio militar. Creo que la petición
llegó hasta el mismísimo general Muñoz Grandes. Me concedieron un
permiso indefinido y así pude conseguir un pasaporte que haría que
en los dos años siguientes mi vida discurriese entre Madrid, París,
Londres, Zurich, Niza y Nueva York.
De "Cervantes" tengo memorias
imborrables. Conocí actores famosos como Horst Buchholz (todavía
mantengo relación con su entonces mujer Miriam Bru, hoy prestigiosa
agente de actores); Louis Jourdan, un galán casi tan famoso como
Maurice Chevalier, pero sin cantar; José Ferrer (hace poco estuve a
punto de trabajar con su hijo Miguel), y Gina Lollobrigida. De
hecho una foto con ella me permitió entrar por primera vez en el
exclusivo club "Chez Castel" de París.
Mi trabajo en "Cervantes" consistió
básicamente en hacer de correo, ya que las empresas de mensajería,
tal y como las conocemos ahora, no existían en aquella época. Alex
me encargó que convenciera a la compañía garante de buen fin, en
Londres, de que podíamos hacer la película con dos millones de
dólares -¡de aquellos días!- y que, además, no teníamos. Tuve que
hacer más de cuarenta viajes Paris-Londres-París durante el verano
de 1965 hasta obtener del City Share Trust Ltd. la ansiada garantía
de buen fin, que nos permitió descontar contratos y pagarés y hacer
mil acrobacias con bancos, usureros, distribuidores y demás
proveedores de fondos. Pero lo conseguimos y, lo que es más,
terminamos la película más o menos en tiempo y sin pasarnos del
presupuesto. En esta producción conocí a muchas personas que más
adelante han vuelto a relacionarse personal o profesionalmente
conmigo.
Durante el rodaje de "Cervantes",
en los estudios Sevilla Films de Madrid, me pasó de todo. Hice unas
pruebas a Isabel -una española residente en Casablanca de la que me
enamoré como un tonto-, convencido de que podría ser una gran
actriz. Me relacioné con la hija del mayor inversor de la película
y también conocí a un usurero francés, Roger Richebeau, y a Ignacio
Montes Jovellar y Romualdo Maldonado. Con estos dos he mantenido
relación peronal y profesional hasta hoy.
Durante toda la preparación y el
rodaje, Alex Salkind me estimulaba frecuentemente con promesas de
dinero en función de mi eficacia en el trabajo. Pero las semanas
pasaban y las promesas no se materializaban. Yo vivía prácticamente
del dinero de bolsillo que me daban para viajar así que, casi al
final de "Cervantes" y considerándome imprescindible, le planteé a
Alex el típico "o me pagas lo que me debes o me voy". Naturalmente
la respuesta fue: "¡Vete!".
Todo ocurrió en la cocina del
apartamento del 79, Henri Martin, de París, donde Alex tenía su
cuartel general. Cuando lo supo desde Madrid, don Miguel, que con
80 años era un ser maravilloso, se apenó tanto de la ruptura que,
pidiendo un descubierto a la cuenta de un pequeño banco de la Plaza
de la Independencia, me pagó hasta la última peseta que me
adeudaban.
Al final de mi relación con
"Cervantes" comencé a frecuentar las discotecas de moda (en Madrid
existía sólo una, Stone´s en la calle Villalar). Allí conocí a
través del fotógrafo Julio Wizuete a Fernando Arbex y a Manolo
González, dos de los fundadores del grupo musical Los Brincos. Se
acababan de separar de los otros dos miembros del cuarteto, Juan
Pardo y Junior, y comenzaban una nueva andadura con el conjunto
renovado con Charly y Miguel, hermano éste de Junior. También
conocí entonces a Pedro Olea, amigo de Los Brincos, y a quien el
último manager de éstos, Luis Sanz, había propuesto hacer una
película titulada "Brincosis". Con el grupo recién recompuesto,
Fernando Arbex me propuso convertirme en su manager. Al principio
me negué -yo no tenía ninguna experiencia en ese campo-, pero me
convencieron con el argumento de que Brian Epstein tampoco tenía ni
idea cuando comenzó con los Beatles. Dieciocho meses duró mi
asociación con Los Brincos. Grabamos los singles "Pasaporte" y
"Lola" y un álbum con la base de estos hits. Actuaciones en plazas
de toros, discotecas, inauguración de "Piccadilly", la segunda
discoteca de Madrid, y al final un accidente de coche en el que,
conduciendo yo, murió Christine, la mujer francesa de Wizuete.
A partir de este momento, soltero y
con la responsabilidad del accidente que le había costado la vida a
la mujer de mi amigo, decidí casarme con Tarja y convertirme en
productor de cine, pero de verdad. Porque por entonces ya creía que
podía comenzar a jugar a ello.