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MÁS ALLÁ DEL JARDÍN. Pedro Olea (El Mundo).

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Los paises que podían hacer verosímil una Ruanda cinematográfica -y que tuvieran, además, un mínimo de infraestructura para llevar a cabo un rodaje complicado-, quedaron muy pronto reducidos a dos: Costa de Marfil y Senegal. El primero se eliminó al enterarnos de sus condiciones climatológicas, ya que comenzaba la época de lluvias cuando logramos iniciar nuestro trabajo. Senegal parecía, por lo tanto, el país más adecuado para localizar los escenarios ruandeses que describía Gala en su novela. Teníamos fotografías, libros y vídeos, proporcionados por unos misioneros, y creíamos estar en el camino correcto.

Nos pusimos en contacto con la Embajada española en Dakar y lo primero que hicieron fue desaconsejarnos que rodáramos en la zona sur del país, le región de Casamance, ya que existía un foco de independentismo y hacía un año la guerrilla había matado a unos turistas franceses. Pero, según la documentación que teníamos, era precisamente allí donde podía estar el escenario adecuado para simular el campamento de refugiados de final de nuestra historia. 

Salimos, un equipo reducido, a localizar exteriores y a informanos sobre el terreno del peligro real que podíamos encontrar si decidíamos trabajar allí.

Los españoles con quienes conectamos en Senegal, y que luego nos ayudarían en el rodaje, nos aseguraron que no existía el menor problema si un equipo de cine filmaba en Casamance. Muy al contrario, seríamos muy bien recibidos, ya que proporcionaríamos trabajo a mucha gente. Además, parecía no estar tan claro lo de los franceses desaparecidos. en Casamance se decía que era un invento para desacreditar al movimiento separatista.

No hay más que echar un vistazo al mapa para compreder unas cuantas cosas. Casamance se encuentra casi separada del resto de Senegal por Gambia. El reparto de la tarta africana por parte del colonialismo europeo -primera causa de los actuales conflictos; luego, además, continuaron vendiéndoles armas para que se mataran entre ellos- hizo que Gambia pasara a ser zona de influencia inglesa, a fin de que la rapiña británica tuviera salida al mar, y que Casamance formara parte del Senegal francés. Este "país del sudoeste" está formado por gentes de la etnia diola (7% del total senegalés y de religión animista y cristiana en curioso cóctel) y fue conquistado por los franceses a finales del pasado siglo, pese a la gran resistencia de jefes religiosos como Fodé Kaba Doumbouya, héroe histórico de los actuales independentistas. A partir de entonces, y después de la independencia de 1960, es gobernada desde Dakar, como provincia senegalesa. Los habitantes de Senegal son en un 40% de etnia wolof y de religión musulmana en su gran mayoría. Y de cuando en cuando surgen brotes secesionistas.

Durante nuestra estancia, una guerrilla, al mando de un religioso, se encontraba escondida en las profundas selvas que se extienden hacia Guinea Bissau. Pero estaban en negociaciones con el gobierno de Dakar para aumentar su capacidad autonómica y últimamente la situación estaba bastante tranquila.

Con esta información, nos dirigimos a Casamance en el pequeño avión que cubre la línea de Dakar a Ziguinchor, capital de la región, y que sobrevuela Gambia. La acogida fue extremadamente cordial. Decidimos que el aeropuerto de Ziguinchor podía servir para el comienzo de la película, la llegada de Palmira Gadea a Kigali. Y continuamos recorriendo, fascinados, toda la zona. Empezaba a estar claro que debíamos rodar allí. Pero faltaba encontrar lo más importante, el campamento de refugiados del final de la película. Pasando diariamente varios controles militares, seguimos nuestro trabajo.

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La única vez que pasamos miedo en este primer viaje de localización fue un anochecer -la hora del maldito anofeles, portador de la malaria-, de vuelta al hotel. Nos detuvimos para presenciar una ceremonia animista. Nuestro chófer senegalés intentó disuadirnos. No se trataba de algo turístico, sino de un ritual muy serio: el del "león loco". La explicación nos excitó aún más y, saliendo del jeep sin el chófer -por nada del mundo quería acompañarnos- fuimos hasta el centro de una campa, cerca de un poblado donde, a la luz de unas hogueras, se celebraba el rito. En medio de un corro de gente, los "sacerdotes leones" pertenecientes a una casta que se dedica exclusivamente a esa misión, saltaban, en una especie de violento ballet -maquillados y vestidos de fieras y con los ojos inyectados de sangre- gritando como epilépticos y aterrorizando al vecindario presente. Mientras, otro de ellos, travestizado, dirigía la representación. Nos aconsejaron que compráramos un trocito de papel, con unos signos al dorso, que un acólito iba arrancando de un cuaderno, para protegernos del posible zarpazo de algún oficiante a quien cayéramos mal. Así lo hicimos.

De pronto, los "leones locos" salieron del corro. Unos de sirigieron, enloquecidos, hacia el poblado. Otros se quedaron, como en trance, sin apenas moverse de donde estaban. Los primeros saltaban sobre quienes no enseñaban el ticket-óbolo y los arrastraban hacia el corro, golpeándoles violetamente hasta que el "león" se cansaba o pagaba. Hubo unos niños que, mientras los sacerdotes "jugaban" a que se los comían, hicieron sus más o menos líquidas necesidades en el pantalón, hasta que apareció su madre, y previo pago, rescató a sus criaturas. Nosotros estábamos inmóviles con el papelito bien visible por si acaso y mirándonos de reojo. Enseguida fuimos descubiertos, claro. Se acercaon, rodeándonos y rugiendo a unos centímetros de nuestras caras. Lástima no tener una fotografía del momento, pero no estaba la cuestión precisamente para hacer el "guiri". Pálidos, acojonados y enseñando ridículamente el papelito hasta que nos dejaron tranquilos. Retrocedimos hasta el jeep lo más discretamente posible, donde nuestro chófer nos esperaba preocupado. Al arrancar, caía ya la noche, pero los "leones locos" seguían aterrorizando al vecindario.

Y llegamos a Cap Skining. Relativamente cerca -doy pistas para turistas atípicos que deseen sumergirse en un mundo apasionadamente: existen cabañas para un turismo de integración- apareció Diembering, con su milenario bosque sagrado. Allí estaba el escenario perfecto para el campamento de refugiados Por fin teníamos las localizaciones de los exteriores africanos.

De vuelta a Madrid, seguimos preparando la película y, mientras recorríamos Sevilla -donde lo único complicado era encontrar el jardín de Palmira-, el departamento de producción volvía a hablar con la Embajada española en Senegal. Nuevamente hubo pegas por parte del embajador. No podían garantizar nuestra seguridad si nos empeñábamos en rodar en Casamance. Pero la decisión estaba tomada. Todos los componentes del equipo tuvimos que firmar un documento, en el que nos reponsabilizábamos de lo que nos pudiera ocurrir. Y, vacunados contra un montón de cosas y con pastillas de difícil digestión contra la malaria, volvimos para comenzar de verdad la película.

Tardamos en conocer al embajador. Durante la localización de exteriores debía acompañar a unos amigos españoles que querían hacer turismo por Saint Louis, hermosa ciudad colonial del norte senegalés. Y cuando rodamos, solamente apareció una vez en la isla de Gorée, cercana a Dakar, donde trabajábamos en las escenas del principio, las de la misión donde practica Palmira como enfermera. el embajador comió con nosotros y se retrató mucho con Concha Velasco para las revistas y agencias que seguían el rodaje. A la vuelta, ya en Sevilla, nos partíamos de risa al leer que habíamos trabajado con el total apoyo de la Embajada española en general y del señor embajador en particular.

El rodaje más apasionante fue, desde luego, en Casamance. El material había llegado en barco -doble juego de cámaras, grupo electrógeno, travelling, grúa...- y la mayoría viajamos en pequeños grupos, en el avión de línea o en avioneta. Otros fueron en camiones, cruzamos el río Gambia.

Comenzamos en Ziguinchor, con las escenas de Palmira llegando a Ruanda. Necesitábamos soldados, para dar la sensación de aeropuerto tomado militarmente, y conseguimos la colaboración del ejército senegalés. Ya se sabe que la lógica militar es a la lógica lo que la música militar a la música. No tenía que ser una excepción allí. Querían salir en "perfecto estado de revista" con sus mejores galas. Insistimos en que se trataba de una película sobre la guerra de Ruanda, no un reportaje sobre la marcialidad del ejército senegalés. Tuvimos que recurrir a los más altos estamentos ministeriales para que, de vuelta, les llegara el permiso de rodar con las ropas de nuestro departamento de vestuario. Y la verdad es que lo hicieron estupendamente.

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Pero luego, por motivos de seguridad, nos acompañaron el resto del rodaje, hiciera falta o no figuración militar. Así llegamos a Diomboring, donde íbamos a trabajar con más de mil extras de la zona independentista.

Se dio el caso de presuntos guerrilleros que salían de la cárcel e, inmediatamente, se incorporaban a trabajar como extras. Una compañera del equipo nos contó que hizo amistad con un figurante y terminó yéndose con él a su cabaña. El decorado era muy simple: un colchón desgastado, una mesa, un póster de Wojtyla en la pared y una metralleta en un rincón. Ella preguntó si el arma era del rodaje. La respuesta fue muy contundente: "No, es mía". 

Nos preocupaba que en las escenas finales -soldados senegaleses haciendo de tutsis y "disparando" contra supuestos hutus- pudiera ocurrir algún enfretamiento y que tuviéramos que dar, en parte, razón a la Embajada. Pero no hubo el menor asomo de problema. Se explicó claramente lo que queríamos reflejar y todo transcurrió maravillosamente.

Y así seguimos trabajando hasta el final, relacionándonos cordialmente con el equipo senegalés y realizando lo que considero un buen trabajo: a veces comentábamos cómo debió ser el rodaje de "Memorias de África", con un impresionante despliegue de roulotes superacondicionadas. Nosotros teníamos una sola y no funcionaba el aire ni de broma. Pero sólo les envidiábamos de cuando en cuando, las cosas como son, ya que nuestro rodaje nos parecía una experiencia irrepetible y extraordinaria a muchos niveles distintos.

Ahora, cada vez que tengo que ver la película, no puedo evitar emocionarme, no por la película en sí, sino por lo que hay detrás de cada plano rodado en Senegal. Mereció la pena.

PEDRO OLEA.