Los paises que podían hacer
verosímil una Ruanda cinematográfica -y que tuvieran, además, un
mínimo de infraestructura para llevar a cabo un rodaje complicado-,
quedaron muy pronto reducidos a dos: Costa de Marfil y Senegal. El
primero se eliminó al enterarnos de sus condiciones climatológicas,
ya que comenzaba la época de lluvias cuando logramos iniciar
nuestro trabajo. Senegal parecía, por lo tanto, el país más
adecuado para localizar los escenarios ruandeses que describía Gala
en su novela. Teníamos fotografías, libros y vídeos, proporcionados
por unos misioneros, y creíamos estar en el camino correcto.
Nos pusimos en contacto con la
Embajada española en Dakar y lo primero que hicieron fue
desaconsejarnos que rodáramos en la zona sur del país, le región de
Casamance, ya que existía un foco de independentismo y hacía un año
la guerrilla había matado a unos turistas franceses. Pero, según la
documentación que teníamos, era precisamente allí donde podía estar
el escenario adecuado para simular el campamento de refugiados de
final de nuestra historia.
Salimos, un equipo reducido, a
localizar exteriores y a informanos sobre el terreno del peligro
real que podíamos encontrar si decidíamos trabajar allí.
Los españoles con quienes
conectamos en Senegal, y que luego nos ayudarían en el rodaje, nos
aseguraron que no existía el menor problema si un equipo de cine
filmaba en Casamance. Muy al contrario, seríamos muy bien
recibidos, ya que proporcionaríamos trabajo a mucha gente. Además,
parecía no estar tan claro lo de los franceses desaparecidos. en
Casamance se decía que era un invento para desacreditar al
movimiento separatista.
No hay más que echar un vistazo al
mapa para compreder unas cuantas cosas. Casamance se encuentra casi
separada del resto de Senegal por Gambia. El reparto de la tarta
africana por parte del colonialismo europeo -primera causa de los
actuales conflictos; luego, además, continuaron vendiéndoles armas
para que se mataran entre ellos- hizo que Gambia pasara a ser zona
de influencia inglesa, a fin de que la rapiña británica tuviera
salida al mar, y que Casamance formara parte del Senegal francés.
Este "país del sudoeste" está formado por gentes de la etnia diola
(7% del total senegalés y de religión animista y cristiana en
curioso cóctel) y fue conquistado por los franceses a finales del
pasado siglo, pese a la gran resistencia de jefes religiosos como
Fodé Kaba Doumbouya, héroe histórico de los actuales
independentistas. A partir de entonces, y después de la
independencia de 1960, es gobernada desde Dakar, como provincia
senegalesa. Los habitantes de Senegal son en un 40% de etnia wolof
y de religión musulmana en su gran mayoría. Y de cuando en cuando
surgen brotes secesionistas.
Durante nuestra estancia, una
guerrilla, al mando de un religioso, se encontraba escondida en las
profundas selvas que se extienden hacia Guinea Bissau. Pero estaban
en negociaciones con el gobierno de Dakar para aumentar su
capacidad autonómica y últimamente la situación estaba bastante
tranquila.
Con esta información, nos dirigimos
a Casamance en el pequeño avión que cubre la línea de Dakar a
Ziguinchor, capital de la región, y que sobrevuela Gambia. La
acogida fue extremadamente cordial. Decidimos que el aeropuerto de
Ziguinchor podía servir para el comienzo de la película, la llegada
de Palmira Gadea a Kigali. Y continuamos recorriendo, fascinados,
toda la zona. Empezaba a estar claro que debíamos rodar allí. Pero
faltaba encontrar lo más importante, el campamento de refugiados
del final de la película. Pasando diariamente varios controles
militares, seguimos nuestro trabajo.
La única vez que pasamos miedo en
este primer viaje de localización fue un anochecer -la hora del
maldito anofeles, portador de la malaria-, de vuelta al hotel. Nos
detuvimos para presenciar una ceremonia animista. Nuestro chófer
senegalés intentó disuadirnos. No se trataba de algo turístico,
sino de un ritual muy serio: el del "león loco". La explicación nos
excitó aún más y, saliendo del jeep sin el chófer -por nada del
mundo quería acompañarnos- fuimos hasta el centro de una campa,
cerca de un poblado donde, a la luz de unas hogueras, se celebraba
el rito. En medio de un corro de gente, los "sacerdotes leones"
pertenecientes a una casta que se dedica exclusivamente a esa
misión, saltaban, en una especie de violento ballet -maquillados y
vestidos de fieras y con los ojos inyectados de sangre- gritando
como epilépticos y aterrorizando al vecindario presente. Mientras,
otro de ellos, travestizado, dirigía la representación. Nos
aconsejaron que compráramos un trocito de papel, con unos signos al
dorso, que un acólito iba arrancando de un cuaderno, para
protegernos del posible zarpazo de algún oficiante a quien
cayéramos mal. Así lo hicimos.
De pronto, los "leones locos"
salieron del corro. Unos de sirigieron, enloquecidos, hacia el
poblado. Otros se quedaron, como en trance, sin apenas moverse de
donde estaban. Los primeros saltaban sobre quienes no enseñaban el
ticket-óbolo y los arrastraban hacia el corro, golpeándoles
violetamente hasta que el "león" se cansaba o pagaba. Hubo unos
niños que, mientras los sacerdotes "jugaban" a que se los comían,
hicieron sus más o menos líquidas necesidades en el pantalón, hasta
que apareció su madre, y previo pago, rescató a sus criaturas.
Nosotros estábamos inmóviles con el papelito bien visible por si
acaso y mirándonos de reojo. Enseguida fuimos descubiertos, claro.
Se acercaon, rodeándonos y rugiendo a unos centímetros de nuestras
caras. Lástima no tener una fotografía del momento, pero no estaba
la cuestión precisamente para hacer el "guiri". Pálidos, acojonados
y enseñando ridículamente el papelito hasta que nos dejaron
tranquilos. Retrocedimos hasta el jeep lo más discretamente
posible, donde nuestro chófer nos esperaba preocupado. Al arrancar,
caía ya la noche, pero los "leones locos" seguían aterrorizando al
vecindario.
Y llegamos a Cap Skining.
Relativamente cerca -doy pistas para turistas atípicos que deseen
sumergirse en un mundo apasionadamente: existen cabañas para un
turismo de integración- apareció Diembering, con su milenario
bosque sagrado. Allí estaba el escenario perfecto para el
campamento de refugiados Por fin teníamos las localizaciones de los
exteriores africanos.
De vuelta a Madrid, seguimos
preparando la película y, mientras recorríamos Sevilla -donde lo
único complicado era encontrar el jardín de Palmira-, el
departamento de producción volvía a hablar con la Embajada española
en Senegal. Nuevamente hubo pegas por parte del embajador. No
podían garantizar nuestra seguridad si nos empeñábamos en rodar en
Casamance. Pero la decisión estaba tomada. Todos los componentes
del equipo tuvimos que firmar un documento, en el que nos
reponsabilizábamos de lo que nos pudiera ocurrir. Y, vacunados
contra un montón de cosas y con pastillas de difícil digestión
contra la malaria, volvimos para comenzar de verdad la
película.
Tardamos en conocer al embajador.
Durante la localización de exteriores debía acompañar a unos amigos
españoles que querían hacer turismo por Saint Louis, hermosa ciudad
colonial del norte senegalés. Y cuando rodamos, solamente apareció
una vez en la isla de Gorée, cercana a Dakar, donde trabajábamos en
las escenas del principio, las de la misión donde practica Palmira
como enfermera. el embajador comió con nosotros y se retrató mucho
con Concha Velasco para las revistas y agencias que seguían el
rodaje. A la vuelta, ya en Sevilla, nos partíamos de risa al leer
que habíamos trabajado con el total apoyo de la Embajada española
en general y del señor embajador en particular.
El rodaje más apasionante fue,
desde luego, en Casamance. El material había llegado en barco
-doble juego de cámaras, grupo electrógeno, travelling, grúa...- y
la mayoría viajamos en pequeños grupos, en el avión de línea o en
avioneta. Otros fueron en camiones, cruzamos el río Gambia.
Comenzamos en Ziguinchor, con las
escenas de Palmira llegando a Ruanda. Necesitábamos soldados, para
dar la sensación de aeropuerto tomado militarmente, y conseguimos
la colaboración del ejército senegalés. Ya se sabe que la lógica
militar es a la lógica lo que la música militar a la música. No
tenía que ser una excepción allí. Querían salir en "perfecto estado
de revista" con sus mejores galas. Insistimos en que se trataba de
una película sobre la guerra de Ruanda, no un reportaje sobre la
marcialidad del ejército senegalés. Tuvimos que recurrir a los más
altos estamentos ministeriales para que, de vuelta, les llegara el
permiso de rodar con las ropas de nuestro departamento de
vestuario. Y la verdad es que lo hicieron estupendamente.
Pero luego, por motivos de
seguridad, nos acompañaron el resto del rodaje, hiciera falta o no
figuración militar. Así llegamos a Diomboring, donde íbamos a
trabajar con más de mil extras de la zona independentista.
Se dio el caso de presuntos
guerrilleros que salían de la cárcel e, inmediatamente, se
incorporaban a trabajar como extras. Una compañera del equipo nos
contó que hizo amistad con un figurante y terminó yéndose con él a
su cabaña. El decorado era muy simple: un colchón desgastado, una
mesa, un póster de Wojtyla en la pared y una metralleta en un
rincón. Ella preguntó si el arma era del rodaje. La respuesta fue
muy contundente: "No, es mía".
Nos preocupaba que en las escenas
finales -soldados senegaleses haciendo de tutsis y "disparando"
contra supuestos hutus- pudiera ocurrir algún enfretamiento y que
tuviéramos que dar, en parte, razón a la Embajada. Pero no hubo el
menor asomo de problema. Se explicó claramente lo que queríamos
reflejar y todo transcurrió maravillosamente.
Y así seguimos trabajando hasta el
final, relacionándonos cordialmente con el equipo senegalés y
realizando lo que considero un buen trabajo: a veces comentábamos
cómo debió ser el rodaje de "Memorias de África", con un
impresionante despliegue de roulotes superacondicionadas. Nosotros
teníamos una sola y no funcionaba el aire ni de broma. Pero sólo
les envidiábamos de cuando en cuando, las cosas como son, ya que
nuestro rodaje nos parecía una experiencia irrepetible y
extraordinaria a muchos niveles distintos.
Ahora, cada vez que tengo que ver
la película, no puedo evitar emocionarme, no por la película en sí,
sino por lo que hay detrás de cada plano rodado en Senegal. Mereció
la pena.
PEDRO OLEA.