En principio yo quería escribir una
historia donde la muerte estuviera muy presente. Por carácter y
cultura me siento más próximo a "Archibaldo de la Cruz"(Buñuel) que
al "Séptimo sello" (Bergman) y, sobre todo, me siento mucho más
próximo a mí mismo y yo nunca he tenido un criterio claro sobre el
tema. Ésta era una de las razones por las que me atraía el asunto :
descubrir cual es mi postura frente a una realidad tan inevitable
como insondable, cotidiana y eterna, y que como muchas otras cosas
de nuestra naturaleza nunca he llegado a aceptar.
Si me atengo al resultado del
guión, la muerte para mí es un elemento de excitación sexual, con
todo lo que eso arrastra. Un acto supremo de vitalidad, limpio,
doloroso, amoral y estrechamente vinculado a la belleza y al amor.
No quiero decir que la muerte sea sólo esto - en absoluto - pero sí
que ésta es la posibilidad que más me atrae.
Son muchas las cosas que quiero
contar con esta película (muchas de ellas sólo llego a intuirlas).
Realmente no sé por dónde empezar. Tal vez, lo mejor sea hacerlo
por el título :
MATADOR
Después de mi última película y las
dificultades que tuve con el cartel y con la cabecera de títulos
(nunca cabía), me había prometido a mí mismo un nombre corto.
Aunque peque de ingenuo o presuntuoso, también pretendía un título
internacional, una palabra que se pudiera imponer en cualquier
mercado sin necesidad de traducción. En nuestro idioma no contamos
con muchas de esas palabras, debía elegir entre "Carmen", "Lola",
"Generalísimo", "golpe", "flamenco", "guerrilla", "corrida" y
MATADOR. Y no lo dudé, además de cumplir ambos requisitos (brevedad
e internacionalidad) "matador" esconde la esencia de la historia
central.
"Matador" es alguien que
mata, y esta circunstancia incluye a los dos protagonistas, Diego
Montes y María Cardenal. Pero ambos nos son asesinos vulgares, no
lo hacen movidos por la locura, el dinero, el odio, una ideología o
un conflicto bélico, sino por amor y placer. Para los dos matar es
la máxima expresión de amor físico.
Con esta película pretendo contar
una especie de leyenda, utilizando y abstrayendo muchos elementos
de nuestra cultura.
Me atrevería a formular un teorema
(parecido al de Pasolini): "Si un día encuentras un personaje con
el que sólo te has atrevido a soñar, no podrás darle la espalda.
Algo mucho más fuerte que la razón te empujará a su encuentro, sin
importarte que sea un encuentro mortal".
-¿Qué hace a estos dos personajes
únicos? ¿Qué los distingue de su entorno?
-Su necesidad de amar y matar a la
vez. Esto les convierte en mitos.
Él es un torero retirado por una
cogida prematura.
Ella una abogada que imita su
manera de matar.
Después de abandonar el ruedo, él
crea una escuela de tauromaquia, pero tiene que seguir matando,
porque "dejar de matar es como dejar de vivir". A ella también le
gusta matar, y lo hace en el momento de entregarse físicamente a
los otros, imitando el modo de matar del torero.
Pero ambos lo hacen en solitario.
Nunca tuvieron frente a sí a un cómplice. Y aunque no hay que
desdeñar el placer solitario, hay momentos, como el del amor, en
que la reciprocidad es imprescindible.
"Matador" es una historia amoral y
romántica. Los personajes sólo viven para el amor, no sólo los
protagonistas. "Todo el mundo ama a alguien" podría ser otro de los
títulos. El torero ama a la abogada, pero ella pone dificultades,
las dudas propias del que ha soñado demasiado tiempo con algo y
descubre que aquel sueño está cerca y es posible. Eva, una joven
modelo, está enamorada del torero; cuando descubre su "afición"
está dispuesta a sacrificarse o regenerarle, con tal de
conservarle. El Comisario está enamorado (aunque en el guión no se
note, porque no está explícito en los diálogos) de Ángel, el alumno
de Diego que por un terrible complejo de culpa se declara reo de
todos los crímenes que ocurren a su alrededor. Julia, la psiquiatra
que le atiende, está enamorada del Comisario y no pierde las
esperanzas de reconquistar algo que nunca tuvo. Y Berta, la madre
de Ángel, una mujer intolerante que pertenece al Opus Dei, ama
fanáticamente a Dios.
En sus deliciosas memorias, Anita
Loos cuenta de su jefe Irving Thalberg que entre otras imposiciones
había una que invariablemente se repetía a la hora de discutir un
guión: "El personaje principal debe estar enamorado de alguien, a
ser posible de la protagonista". Hubo una película, no recuerdo el
título, en que esta condición era difícil de cumplir para la
guionista, sin atentar con la estrecha moral de la época. Los
protagonistas eran dos hermanos. El chico no podía estar enamorado
de su hermana y no había ningún otro personaje importante de quién
enamorarse. Cuando Anita Loos expuso su problema a Thalberg éste le
contestó: "Haz entonces que él esté enamorado de sí mismo". Y, en
efecto, Anita lo convirtió en un ególatra. Irving Thalberg hubiera
estado encantado con este guión; hay en él amor para derramar en
varias películas, aunque probablemente no hubiera estado de acuerdo
con el tono. Quiero realizar una película romántica, pero nada
melodramática, al contrario, muy feroz. Pretendo emocionar al
espectador, pero con una emoción salvaje.
La belleza siempre ha estado
condenada a morir (Ava Gardner casi siempre tuvo que morir en sus
películas) y no me refiero sólo al deterioro físico, que es una
forma de muerte pasiva. La belleza, como el amor-pasión, son
siempre excepciones que por su naturaleza irracional atentan contra
todo tipo de orden. No sabría acusar exactamente cual es la mano
del verdugo que ejecuta el castigo, porque hay muchas. Ningún
orden, ninguna ideología, ha protegido o simplemente admitido lo
bello, o lo apasionado, porque ambas cosas son incontrolables.
Como en todas las grandes leyendas,
también "Matador" está marcada por la muerte, pero no por la
fatalidad. Me niego a que mis personajes estén condenados. Me
rebelo contra ello.
Pero, ¿cómo huir de la fatalidad
para poder ser dueños de nuestros deseos, de los amores que los
provocan y de la belleza que a su vez provocó ese sentimiento?.
La solución es decidir nosotros
mismos nuestra propia muerte, arrebatarle al destino su guadaña y
convertirnos en nuestros propios ejecutores; y lo que es más
importante, gozar ilimitadamente con ello.
Éste es el caso de los
protagonistas. Al decidir por su propia tragedia y convertirla en
la base única de su placer, se burlan y vencen la amenaza de la
fatalidad.
He hablado del amor, hablaré
ahora de la belleza, aunque en el futuro (cuando la película esté
terminada) estas palabras se vuelvan contra mí. La belleza, en
todas sus manifestaciones, es un elemento clave en "Matador". La de
la luz, la de sus intérpretes, la de la música, la de los
decorados, la de las palabras.
LA LUZ .Como opción estética me
había planteado dos alternativas: hacer una película de crímenes
donde la sangre salpicara al espectador tipo "Matanza de Texas", o
lo contrario, una película elegante y exquisita donde la violencia
estuviera sustituida por la emoción y los sentimientos. Me he
decidido por ésta última, como contrapunto a lo "tremendo" del
argumento y para quitarme de encima la eterna pregunta de "por qué
sólo me interesa el cruterío".
Ángel Luis Fernández se encargará
de iluminar mis sueños y poner sombras a mis pesadillas. Como
referencia le he puesto los grandes melodramas de Douglas Sirk, la
transparencia mágica de "Pandora y el holandés errante", la quietud
inquietante de Zurbarán, la agresividad del primitivo Trucolor
(Duelo al sol, en especial) y no sé cuántas cosas más.
El resultado probablemente no
recuerde a ninguna de estas películas, y las recordará a todas.
Porque Ángel Luis es un joven operador dotado de una intuición
extraordinaria, como ya lo demostró en "Arrebato, Entre tinieblas u
Ópera prima". En nueva York, Néstor Almendros me preguntó mucho por
él despues de ver "Que he hecho yo...".
Pero de nada serviría la habilidad
de Ángel Luis Fernández si no contáramos con los adecuados
DECORADOS. Casi todos ellos, además
de su significado realista, son lugares metafóricos que representan
no sólo el espacio sino el espíritu y las emociones de los
intérpretes. Muy amplios, con varias zonas de luz, de colores vivos
y densos, suponen un firmamento a través del cual los personajes
evolucionan como si fueran astros, especialmente los dos
protagonistas, que siempre tendrán luz propia, independientemente
del ambiente. El propio cielo de Madrid se convierte en un decorado
importante cubierto de nubes espectaculares que afectan,
representan y enmarcan las turbulencias de uno de los personajes,
Ángel, víctima de una educación mostruosa e intolerante y de una
admiración apasionada y ambigua por el maestro matador.
Pin Morales y Román Arango,
habituales colaboradores de Berlanga, se encargan en esta ocasión
de los decorados. Todos ellos insólitos y todos localizados en
Madrid, ciudad que entraña localizaciones mucho más sorprendentes
de lo que yo creía.
LOS INTÉRPRETES. A juzgar por sus
cinco intérpretes principales "Matador" también podría llamarse "El
extraño caso de las cinco bellezas". Todos ellos son guapos, y no
hablo de una belleza banal y decorativa, sino desconcertante,
eterna, espectacular. Una belleza que excita y desasosiega.
Nacho Martínez es el torero. Con
diez kilos menos, vestido y aconsejado por Cossío, resulta dificil
reconocerle en su anterior trabajo, como el hermano mudo y bonachón
de Tasio. Nacho posee la gravedad de los grandes toreros. Su cara
no tiene edad, más allá de unas líneas muy marcadas parece
esconderse la conciencia de la tragedia inevitable, el dolor
asumido con vitalidad. Su sobriedad lo expresa todo. ¿Ha visto
alguien sonreír a un torero? Yo, desde luego no.
Assumpta Serna es María Cardenal.
Fría e insondable, hasta que decide hablar; entonces su boca es
como la de un horno. María está hecha de hielo transparente, pero
en su interior aloja un verdadero incendio. A Assumpta la hemos
teñido de negro y hemos acentuado los ángulos de su rostro. Resulta
una mezcla de Anouk Aimée y Fanny Ardant. Siempre se intuyó en ella
una gran capacidad para bucear en el fondo de lo prohibido, pero
esta vez va a demostrar que también puede expresar una pasión sin
límites, y que su distante aridez no es sino una máscara con la que
se protege mientras espera.
Eusebio Poncela hace el Comisario.
Toda la aureola de dureza, misterio, ambigüedad e ironía,
sedimentada alrededor de Eusebio en los últimos veinte años le va
como anillo al personaje. Es más un criminólogo que un policía, no
le interesa hacer justicia, carece de sentido moral. Sólo le
interesa saber si la gente ha "hecho algo" y "cómo lo ha hecho".
Sobrio, elegante, escéptico, Eusebio va a componer una imagen
distinta de Comisario. Desde el primer momento se siente fascinado
por la belleza e indefensión del Ángel culpable. Todas sus
indagaciones parecen dirigidas más a demostrar su inocencia que su
culpabilidad. Nunca habla de él mismo, pero el espectador se
enterará de ciertas cosas por "lo que mira" y por "cómo mira".
Incómodo y escurridizo, espero que este Comisario esté a la altura
de los anteriores personajes de Poncela, actor que en cine ha
tenido una carrera escasa, peculiar y brillante.
Eva Cobo y Antonio Banderas hacen
la pareja joven. A pesar de sus 18 años, Eva posee la fuerza y el
carácter de las grandes heroínas melodramáticas de los 40. Su papel
es el de una mujer enamorada y dispuesta a defender a su hombre con
uñas y dientes, mintiéndose a sí misma cuando se entera de que es
un asesino, y con esa confianza ingenua de que su amor le redimirá.
Pero Diego no es como los demás; aunque ella niegue la evidencia,
pertenece a otra especie, la de María Cardenal.
Antonio Banderas es Ángel, el
alumno de Diego que busca en los toros una especie de castigo. La
admiración por su maestro, y un terrible complejo de culpa, le
empuja a sentirse y declararse culpable de todo. Banderas es un
actor experto, a pesar de sus veintipocos años. Está lleno de
frescura, bonhomía e intensidad. Con "Réquiem por un campesino" y
"La corte de Faraón", éste va a ser su año. Le ha tocado el papel
más complicado de la película, pero con él voy seguro.
Además de estas cinco "bellezas",
cuento con la colaboración de tres mujeres imprescindibles: Julieta
Serrano, Carmen Maura y Chus Lampreave.
Trabajar con ellas ha supuesto para
mí no sólo un privilegio sino una continua emoción. Las tres han
nacido para actuar. Están superdotadas. Cada una posee una técnica
absolutamente personal y son de una generosidad que yo nunca
agradeceré bastante. Su mera presencia aumenta la entidad de sus
personajes.
Admito que soy fan de las tres y un
fan, ya se sabe, no tiene medida cuando habla de sus ídolos. En
cualquier caso, basta echar un vistazo a sus trabajos para
comprobar que no exagero.
Pero hay mucha más gente que
colabora en "Matador": Jesús Ferrero, el autor de "Belver-Yin", me
ha ayudado en el guión; Bernardo Bonezzi, como en "Qué he hecho
yo...", se encargará de la música; toda la plana mayor de los
nuevos diseñadores españoles vestirán a los personajes (Francis
Montesinos se encargará de Eva Cobo, Angeles Boada de Assumpta
Serna, Antonio Alvarado de Eusebio Poncela, etc.). Las joyas las ha
diseñado un joven genio llamado Chus Burés.
Tengo la impresión de no haber
contado nada de la película. Es difícil, además de aburrido,
expresar todo lo que uno siente por una película días antes de
rodarla. Del cine, lo que más me importa , es hacerlo. En eso
consiste mi aventura.
Hace mucho tiempo que quería hacer
"Matador". Descubro ahora que me resulta imprescindible, y no sé
por qué.
Doy gracias a Dios y a Andrés
Vicente Gómez de que hagan posibles mis deseos. También se lo
agradezco a mi hermano Tinín (la saga Almodóvar continúa), a Rafael
Monleón (mi mano derecha), a Cossío (fino estilista y amigo del
alma), a Esther García, una mujer que demuestra que lo sexy no está
reñido con producción, Marisa Ibarra (silenciosa como una gioconda,
además no se le escapa nada), a Eusebio Graciani (fiel, ayudante,
eficaz, barba insaciable de trabajo), Miguel Gómez, etc., etc.
PEDRO ALMODÓVAR (1986).