En todos los cines del mundo -
desde el americano hasta el chino- se adaptan novelas, poemas,
noticias de periódicos, y hasta propectos de farmacia. Hay algunos
países que se sienten tan orgullosos de su pasado, de lo que
escribieron guionistas antiguos, que permiten el negocio continuado
de "lo clásico". ¿Por qué España no va a empezar a sentirse a gusto
con una nueva versión, la cuarta, de "La verbena de la Paloma"? ¿Y
la primera de "El sí de las niñas"? ¿Y la segunda parte de "El
Quijote", de Manuel Gutiérrez Aragón? ¿Y la terceras "sonatas" de
Valle-Inclán? Los textos clásicos no son un recurso para el cine,
sino una obligación. Una obligación colectiva. De los autores y del
público.
Como una obligación propia, además
de un enorme placer, fue mi incorporación al proyecto y el hecho de
compartir la dirección con Fernán Gómez. No sé cual fue su motivo o
el motivo del productor para que yo continuara con la dirección.
Pero en mi caso sólo hubo uno: la amistad. Este tipo de codirección
es un fenómeno afortunadamente no frecuente, pero tampoco
desconocido en la cinematografía. En este caso la presencia de
Fernán Gómez en la segunda fase del rodaje, cuando me incorporé,
era impalpable, pero bien real. Su presencia estaba proyectada,
primero, en su guión con bastantes anotaciones; después estaban sus
actores, los que el había escogido, cómplices en muchas de sus
obras anteriores y por último, su equipo técnico, con el que
preparó la película (decorado, vestuario, planes de trabajo...).
Pero, por encima de todo, funcionaba algo que no sé cómo definir,
si como respeto, como miedo o como amistad reverencial.
El punto de vista de Fernando sobre
la picaresca, sobre la moral oficial, sobre la capacidad corruptora
del poder... era muy compartido por todos. Naturalmente, por mí el
primero, sin la menor reserva. Sin duda en el resultado habrá que
anotar una variedad de torpezas de las que soy el único
responsable, pero espero que también aparezcan destellos de la
genialidad de Fernán Gómez.
Como fáciles son de observar los
destellos de genialidad de Rafael Álvarez que desde el primer día,
en el que tuvimos una conversación muy sincera, se convirtió en mi
mejor colaborador para llevar adelante la endiablada empresa.
Rafael no sólo ha sido el promotor de la película, sino en buena
medida el celador de su acabado.
Cuando se estrene, como siempre
habrá algún especialista que echará de menos este o aquel episodio
de la novela. Debo aclarar por ello que la película no es una
adaptación de "Lazarillo de Tormes", de autor anónimo, sino de
"Lázaro de Tormes", versión libre del texto clásico hecha por
Fernán Gómez para el teatro. Faltan cosas, pero espero que no sobre
ninguna. Eso será algo que determinará, como siempre, el público.
Ojalá tuviera capacidades adivinatorias. Lo que tengo es unos
deseos enormes de que sea bien acogida. No sólo por el público,
sino por el productor, los actores, mi familia, y para ver si así
se convierte la adaptación de los clásicos en un nuevo filón para
el cine español como en su día lo fueran el cine de niños, los
cuplés o los vaqueros de Almería.
JOSÉ LUIS GARCÍA SÁNCHEZ.