Le película apenas tiene
argumentos; es, como me dijo un amigo, una instantánea que dura
noventa minutos, llena de sutilezas, que se centra en el retrato de
una mujer y la descripción de los personajes que la rodean
[...]
He querido plasmar el viaje al
interior de una mujer, pero un viaje en el que me acompaña el
personaje, que se plantea sus interrogantes y se busca sin tregua a
través de los hombres, hasta que se queda admirada y emocionada por
un objeto del más allá, su hijo [...]
El placer es un factor muy
colateral en la película, lo que prima es la emocionalidad. Begoña
está determinada por su incapacidad de relacionarse con los
adultos, porque comprende que las relaciones sexuales siempre
exigen reciprocidad y ella lo que quiere, precisamente, es romper
ese círculo y vivir sin trabas, de espaldas a lo convencional
[...]
Begoña representa a ese grupo de
mujeres que, por pura fisiología, se ve en la obligación de tomar
una determinación respecto a la maternidad. De todos modos, no me
parece que el final sea tranquilizador, sino positivo: lo que he
querido dar a entender es que, a pesar del desastre de la
existencia, de la espada de Damocles de la muerte, siempre hay una
esperanza de que la vida sea vivible. En el caso de Begoña, esa
esperanza es el hijo, la única persona a la que admitimos que no
nos devuelva lo que le hemos dado.
VICENTE ARANDA.