La película "El portero" ha
significado para mí una estimulante zambullida en aguas del
Cantábrico, en compañía de trescientos figurantes locales y un
puñado de actores y compañeros que han compartido la aventura.
Se me pregunta si estoy satisfecho
de la película. Una meliflua pregunta que suele hacérsele a todo
director con la maliciosa intención de atisbar sus inseguridades o
sopesar su estulticia.
Pues sí, estoy contento de haberla
hecho y, de no haberlo conseguido, lo intentaría otra vez, porque
"El portero" es de esas películas en las que a uno le hubiera
gustado estar, incluso de extra, y en las que, sobre todo, me gusta
verme involucrado como espectador. Su aparente sencillez y su
contagiosa vitalidad reúne todos los requisitos que requiere el
cine de antaño, un clásico reminiscente, más allá de la mímesis y
más acá de la modernidad a ultranza.
Cuando leí el relato de Manuel
Hidalgo reconocí en seguida que ésa era una adecuada propuesta para
lanzarse a navegar. Lolafilms puso viento en las velas. Y así
cobraron relieve la historia y vida los personajes.
Tómese por tanto "El portero" por
lo que pretende ser: un tenderete plantado en plena playa que sólo
(y nada menos) aspira a insuflarnos aire puro antes de convertirse
en un rumor de mar en nuestra memoria. Doy gracias a todos los que
han hecho posible una película así y me congratulo de haber estado
en ella.
GONZALO SUÁREZ.