Llevaba seis meses de retraso sobre
el comienzo del rodaje previsto, Un domingo Andrés Vicente Gómez me
llamó por la mañana para que nos viéramos con urgencia: venía de
Londres y tenía una oferta. Me dio muchísimas explicaciones sobre
la conveniencia de tomar una decisión y sobre de qué forma
absolutamente inusual un actor, una "estrella" en la que ¿por qué
no habíamos pensado?, se había presentado en su hotel para decirle
que conocía el proyecto, que pensaba que él podía ser el
protagonista y que qué tenía que hacer para entrevistarse
conmigo.
Tantas alabanzas salieron de la
boca de Andrés, tan "reservón" normalmente, que se cruzaron en mi
cabeza dos ideas fijas: o había que empezar con quien fuera, o bien
aquel actor no debía de ser santo de mi devoción.
No sé si me quedé más perpleja que
sorprendida. En principio, en las películas que últimamente había
visto de Terence ni siquiera le recordaba (sí a Robert Redford y a
Michael Douglas, pero ¿realmente Stamp trabajaba ahí?. Luego,
porque ¿quién era yo para que una "estrella" se brindara a venir a
Madrid y someterse a mi examen?.
Dos días después, Terence y yo
estábamos sentados frente a frente en mi despacho de producción.
Vestía de negro, el cabello extremadamente largo y la actitud de
quien se sabe escrutado y no con mucho cariño. Soportó con una
sonrisa todo tipo de embestidas. Hablamos de "Beltenebros", de
Darman, de la Guerra Civil, de cine, de sus películas, sus
directores, su vida. Después cenamos y creo que en ningún momento
dejé entrever la más minima posibilidad de que pudiera interpretar
"Beltenebros". Ya en la puerta de su hotel, muy tarde, nos besamos
y me dijo sonriendo: "Haré lo que tú me digas, volveré cuando tú
quieras".
Un par de semanas después fui a
Londres: "Terence te espera en su casa", me dijeron. "No - contesté
yo -, prefiero un terreno neutral". Comimos en Saint James.
Seguimos hablando. Creo que él siempre supo que terminaría
seduciéndome o interpretó inmejorablemente ese papel. Yo le pedí
que engordara, que perdiera el tono moreno de su tez, que se
cortara el pelo, que se dejara bigote, que...
Cualquier prueba era una bagatela
para él. Yo creo que empezamos a relacionarnos por esa especie
de reto que sin querer se estableció entre los dos. Para mí fue
ganando cada combate "a los puntos": para él, ni siquiera, porque
siempre estuvo seguro de que Darman era él.
A lo largo de tres meses, Terence
me convenció de que no sólo es un seductor, sino un hombre curtido
por la vida y un actor que ha colaborado a que en mis manos fuera
tan inquietante, moldeable, sobrio y atractivo como en las de
aquellos, los grandes, los mejores directores que hicieron de él
una estrella.
Beltenebros, ya, está ahí.
PILAR MIRÓ.