Nunca me cansaré de disentir de esa
vacua y pertinaz convicción de que un libro adaptado al cine pierde
siempre: me hablan de novelas excelentes; sacrificadas o profanadas
para convertirse en películas vulgares: yo siempre aduzco ejemplos,
mucho más numerosos, de buenas películas basadas en novelas
mediocres o directamente lamentables. Lo que ocurre es que, por lo
común, los malos libros que dieron lugar a buenas películas yacen
con toda justicia en el olvido, de modo que nadie se cansa en
comprar el Johnny Guitar de Nicholas Ray con la novela del oeste
que le sirvió de pretexto, ni el Psicosis de Hitchcock con el del
mediocre novelista que le inspiró...
En los últimos tiempos, he conocido
a lectores de Umberto Eco indignados por la versión que hizo Jean
Jacques Annaud de "El nombre de la rosa", pero a mí me parece que
el libro de Eco es una novela falsa, aunque muy brillante, y que la
película de Annaud es verdadero cine. Con frecuencia, una película
resume y mejora el libro del que parte, tal vez por simples razones
de economía: "El tambor de hojalata" es un intratable novelón en el
que yace sepultada una hermosa historia. "El tambor de hojalata" de
Volke Schlöndorff elige y revela los nervios más puros de esa
historia y mejora muy notablemente el original. También hay casos
de pura equivalencia, pero no sé si será casual que todos los que
recuerdo tengan que ver con John Huston: "La jungla de asfalto",
"El tesoro de Sierra Madre", pero sobre todo "Dublineses", película
cuya absoluta y milagrosa maestría sólo es comparable al relato de
James Joyce del que procede. Se me ocurre otro caso más modesto,
pero no menos ejemplar: la película que hizo Chabrol sobre una
novela de Simenon, "Les Fantômes du chapelier".
De modo que ya está bien de torcer
virtuosamente el ceño cuando se alude a las relaciones entre el
cine y la literatura: para hacer películas, como para escribir
libros, lo único definitivo es el talento, y la única diferencia es
que en el caso de la literatura se trata de un talento individual y
en del cine interviene la complicidad de varias inteligencias
empeñadas en un trabajo común. Las novelas son de quienes las
escriben, y las películas de quienes las hacen, y al escritor que
se rasga las vestiduras porque no le han sido fieles en la
adaptación de su libro cabe únicamente decirle que lo hubiera
pensado mejor y que no hubiera vendido los derechos.
El director de cine que adapta una
novela no es más que un lector que traduce visualmente su lectura:
los lectores, como los novelistas y los directores de cine, pueden
ser torpes o sabios, y las películas, en consecuencia, no son
fieles o infieles, sino buenas o malas, y nada más. Y hay casos
felices en los que el escritor no sólo admira sin reservas la
película que han hecho de su libro, sino que además lo reconoce en
ella: eso es exactamente lo que me ocurrió a mí cuando vi una copia
inacabada de "Beltenebros" de Pilar Miró.
En general, cuando escribo no suelo
ver las caras de mis personajes, y cuando vi otra novela mía
adaptada el cine no reconocí a sus protagonistas. Pero en cuanto se
apagaron las luces en aquella sala de proyección en la que Pilar
Miró estaba sentada en silencio muy cerca de mí y vi a Terence
Stamp supe que el suyo era el rostro del capitán Darman, y que las
alucinaciones que yo había querido contar en mi libro, y que tan
lejanas me son ya, habían sido inexplicablemente transmutadas en
las imágenes de esa película.
ANTONIO MUÑOZ MOLINA.