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BELTENEBROS. La cara de Darman. Antonio Muñoz Molina (Press-book de la película).

BELTENEBROS - MUÑOZ MOLINA

Nunca me cansaré de disentir de esa vacua y pertinaz convicción de que un libro adaptado al cine pierde siempre: me hablan de novelas excelentes; sacrificadas o profanadas para convertirse en películas vulgares: yo siempre aduzco ejemplos, mucho más numerosos, de buenas películas basadas en novelas mediocres o directamente lamentables. Lo que ocurre es que, por lo común, los malos libros que dieron lugar a buenas películas yacen con toda justicia en el olvido, de modo que nadie se cansa en comprar el Johnny Guitar de Nicholas Ray con la novela del oeste que le sirvió de pretexto, ni el Psicosis de Hitchcock con el del mediocre novelista que le inspiró...

En los últimos tiempos, he conocido a lectores de Umberto Eco indignados por la versión que hizo Jean Jacques Annaud de "El nombre de la rosa", pero a mí me parece que el libro de Eco es una novela falsa, aunque muy brillante, y que la película de Annaud es verdadero cine. Con frecuencia, una película resume y mejora el libro del que parte, tal vez por simples razones de economía: "El tambor de hojalata" es un intratable novelón en el que yace sepultada una hermosa historia. "El tambor de hojalata" de Volke Schlöndorff elige y revela los nervios más puros de esa historia y mejora muy notablemente el original. También hay casos de pura equivalencia, pero no sé si será casual que todos los que recuerdo tengan que ver con John Huston: "La jungla de asfalto", "El tesoro de Sierra Madre", pero sobre todo "Dublineses", película cuya absoluta y milagrosa maestría sólo es comparable al relato de James Joyce del que procede. Se me ocurre otro caso más modesto, pero no menos ejemplar: la película que hizo Chabrol sobre una novela de Simenon, "Les Fantômes du chapelier".

De modo que ya está bien de torcer virtuosamente el ceño cuando se alude a las relaciones entre el cine y la literatura: para hacer películas, como para escribir libros, lo único definitivo es el talento, y la única diferencia es que en el caso de la literatura se trata de un talento individual y en del cine interviene la complicidad de varias inteligencias empeñadas en un trabajo común. Las novelas son de quienes las escriben, y las películas de quienes las hacen, y al escritor que se rasga las vestiduras porque no le han sido fieles en la adaptación de su libro cabe únicamente decirle que lo hubiera pensado mejor y que no hubiera vendido los derechos. 

El director de cine que adapta una novela no es más que un lector que traduce visualmente su lectura: los lectores, como los novelistas y los directores de cine, pueden ser torpes o sabios, y las películas, en consecuencia, no son fieles o infieles, sino buenas o malas, y nada más. Y hay casos felices en los que el escritor no sólo admira sin reservas la película que han hecho de su libro, sino que además lo reconoce en ella: eso es exactamente lo que me ocurrió a mí cuando vi una copia inacabada de "Beltenebros" de Pilar Miró.

En general, cuando escribo no suelo ver las caras de mis personajes, y cuando vi otra novela mía adaptada el cine no reconocí a sus protagonistas. Pero en cuanto se apagaron las luces en aquella sala de proyección en la que Pilar Miró estaba sentada en silencio muy cerca de mí y vi a Terence Stamp supe que el suyo era el rostro del capitán Darman, y que las alucinaciones que yo había querido contar en mi libro, y que tan lejanas me son ya, habían sido inexplicablemente transmutadas en las imágenes de esa película.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA.