Si se repasan los grandes musicales
que han triunfado en España en las últimas décadas, se encuentran
multitud de producciones españolas de títulos extranjeros. Pero,
salvo algún «jukebox» que otro -así llaman a los montajes en los
que se exprime el repertorio de un artista y se le dota de una
historia como envoltorio, léase los musicales de Mecano, Sabina,
etc.-, nuevo y con sello propio ha habido muy poca cosa. Habría que
remontarse a experimentos en Cataluña como el «Mar i cel» de Dagoll
Dagom o el trastazo comercial que supuso el «Gaudí» de Jordi
Galcerán. Es lógico: crear desde cero un título nuevo supone un
esfuerzo brutal, sobre todo en términos económicos. Requiere
productores valientes con ganas de meterse en jaleos. Lo cual, en
el caso de Andrés Vicente Gómez, está contrastado, aunque hasta
ahora en otro terreno, el del cine. El veterano productor, vencedor
y vencido tantas veces, alguna por KO, como los mejores boxeadores,
se reinventa ahora con su primera experiencia en teatro. Y lo hace
nada menos que con un nuevo musical de gran formato y ambiciones
internacionales, «El último jinete», que esta semana levanta el
telón en Madrid.
Clásicos de aventuras
Con un presupuesto inicial de 9
millones de euros, libreto del novelista Ray Loriga, música de un
icono de la canción inglesa, Albert Hammond, junto con el
compositor John Cameron, coreografías de una grande de Broadway,
Karen Bruce («Footloose», «Fama», «Oliver!» y «Fiebre del sábado
noche» son algunos de los títulos en los que ha trabajado),
vestuario de la recientemente premiada Yvonne Blake, «El último
jinete» se presenta en los Teatros del Canal, donde estará cinco
semanas.
La obra bebe de las grandes
historias clásicas de aventuras del cine para contarnos la de
Tiradh, un joven beduino sin mucho más que un sueño: encontrar un
caballo excepcional con el que alcanzar la gloria. Con ayuda de una
poetisa inmortal, Al Khansa, el protagonista recorrerá Arabia y
llegará hasta Egipto a finales del siglo XIX, un escenario dominado
por la guerra y los conflictos tribales. Y en ese camino encontrará
a una dama inglesa, Lady Laura.
La historia no es casual: todo
surgió de un viaje de Andrés Vicente Gómez a Oriente medio: «Fui en
busca de dinero para rodar una película de animación a Qatar, a
Emiratos Árabes, a Arabia Saudí... Y una de las personas poderosas
que encontré me propuso hacer un musical», explica el propio
productor, que se preguntó ya entonces: «¿Por qué no hacer un
musical sobre la reconstrucción del reino de Arabia Saudí, tomar la
historia en el punto en el que la dejó el final de "Lawrence de
Arabia?"». De hecho, aclaran, el protagonista se inspira
lejanamente en el rey Abdelaziz bin Saud (1876-1953), el primer
monarca de Arabia Saudí. El siguiente paso fue incorporar a Loriga,
que en «un viaje relámpago» a Tokyo -anécdota al margen: viajó allí
para entrevistar a Murakami, aunque nada tenga esto que ver con el
musical- ya escribió un primer borrador de la historia que
entusiasmó a Gómez. Ahora van ya por la versión número 16 o 17,
calculan.
«Para mí, el teatro, y el musical
en concreto, era un género nuevo, al que he sido muy aficionado,
aunque a escondidas, porque entre ciertos grupos de intelectuales
está mal visto ver "Sonrisas y lágrimas" o "El mago de Oz" -explica
Ray Loriga-. Pero yo siempre que iba a Londres o Nueva York veía
alguno». Y asegura: «El espectáculo es una fábula basada en puntos
muy importantes de la historia de Arabia Saudí y, sobre todo, en su
poética». Un país, asegura, «del que nos llegan noticias muy
distorsionadas».
En escena, un amplio reparto y
orquesta, con tres nombres de peso en el mundo del musical en
España: Miquel Fernández («Hoy no me puedo levantar»), Marta Ribera
(«Chicago») y Julia Möller («La bella y la bestia»). Al frente del
proyecto, Gómez ha contado con un director que ya ha dado antes en
el clavo en este género. Con muy poquito -dos actores y unas
sábanas-, Víctor Conde convirtió el musical de pequeño formato
«Pegados» en un éxito del circuito «off» madrileño, y con algo más
-bueno, bastante más-, demostró con «Los miserables» que también
sabía medirse con productos comerciales. Conde asegura que la
historia tendrá «humor, aventura y romance, pero además una parte
muy poética». Y subraya sobre el texto de Loriga: «Los actores me
decían: qué bonito cómo hablamos, parece que estemos haciendo un
Shakespeare». Aunque le faltaba algo de «carpintería teatral». Ése
ha sido su trabajo: «Estamos haciendo casi una película de
aventuras de los años 80: manejamos referencias como "La princesa
prometida", "En busca del arca perdida", y los clásicos de los 30
de Errol Flynn... Cuando tuvimos eso claro, fue muy fácil ir hacia
esa fórmula». Eso sí, los caballos no serán reales: «Desde el
principio sabíamos que no queríamos eso. Ya he trabajado con
caballos de verdad antes... y sé cómo huele el escenario», bromea
el director. «Aquí estamos haciendo teatro... y en formato
musical». No copiarán tampoco la enorme marioneta, el referente más
cercano y aplaudido, del montaje londinense de «War Horse». Era
demasiado obvio. Conde ha apostado por un caballo «humano» formado
por dos bailarines. «Nunca jugamos a que eso fuera un caballo real,
y los actores lo saben. Lo presentamos con la música», explica el
director. Y Loriga matiza: «Necesitábamos algo que perteneciese al
territorio del sueño».
De la misma manera, la escenografía
no será grandilocuente ni cambiará según la historia viaje del
desierto y los mercados árabes a la sociedad victoriana de Londres
en su segunda parte, sino que jugará a la sugestión con una única
ambientación palaciega pero abierta.
MIGUEL AYANZ