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sábado, 13 de abril de 2013

EL MUNDO. ¡Ay,Carmela!. Musical. Épica y estética de un gran montaje.

EL MUNDO. ¡AY,CARMELA!. MUSICAL. ÉPICA Y ESTÉTICA DE UN GRAN MONTAJE

A muchos fieles de ¡Ay, Carmela! y de Sanchis Sinisterra les basta con el texto, un actor y una actriz. A partir de ahí pueden hacerse muchas cosas; incluso esta brillante versión con aires de cabaret y una narradora inventada, Marta Ribera: una especie de Liza Minnelli menor, aunque magnífica de voz y gesto. Marta Ribera, en sintonía con "Cabaret" y "Chicago", impregna de ese aroma la primera parte. Esta superproducción de Andrés Vicente Gómez lo redime de aquel infausto panarabismo de "El último jinete".

Hay grandeza y una deslumbrante óptica sensorial y política, ayudada por la versión de García Sánchez y la escenografía de Beatriz San Juan. El aliento cinematográfico del bombardeo, mientras suena el pasodoble "Suspiros de España" es manifiesto. Raíces de Meyerhold que en teatro buscaba, como artista y amigo de pintores, una armonía plástica; y como político, una biomecánica proletarizada.

La narradora anuncia que va a contar la historia de una mujer distinta a las demás y eso marca el desarrollo de la primera parte. La poderosa voz y presencia de Marta Ribera debilita la sencillez de Carmela (Inma Cuesta) y Paulino (Javier Gutiérrez); por otro lado, el ritmo dramático-narrativo muestra una Europa en llamas, dividida entre fascismo y comunismo; la burguesía y el proletariado en armas. Podría decirse que la primera parte es un teatro épico y la segunda un teatro más intimo y trágico y más acorde con el texto de Sanchis; la épica se recupera en la última secuencia de confrontación entre falangistas y sentenciados, liderados por el brigadista prendado de Carmela.

Memorable esa especie de "piedad" de Carmela - Miguel Ángel dramatizado - consolando al brigadista herido. Frente a esta compasión, el miedo de Paulino se expresa en su extensión más patética; es un pobre hombre y Javier Gutiérrez explota todos los resortes: el miedo, la gracia escatológica de los pedos, la angustia alternante de manifestarse unas veces comunista y otras fascista para salvar la vida; genial en la parodia de Millán Astray, que justifica la presencia de Celia Gámez, protegida del general legionario, en "Las Corsarias" y en el chotis "No pasarán". 

La heroína es Carmela, la guapa mujer que guarda su honra de un fogoso italiano y su ideología republicana de todos los demás. Cumbre y en estado de gracia Javier Navares como Ripamonte; Inma Cuesta, mejor en las canciones populares que en ritmos de Victor Manuel, Guerra o Vanesa Martín. 

Hay momentos cumbres de buen teatro, de intensidad emocional y confrontación política; por ejemplo la secuencia entre comunistas internacionalistas y fascistas italianos, el himno brigadista y el Jovineza del fascio, crescendo de una violencia explícita y estéticamente irreprochable. Señalado el brillo estelar de un Javier Gutiérrez atribulado y cómico, hay que insistir en la gradiosa dirección de Lima y en una interpretación global no sólo creíble sino emocionante.

JAVIER VILLÁN.